Rubén Castillo vuelve a demostrar que es un especialista en diseccionar
los rincones del alma humana, con un lenguaje y unas imágenes tan envidiables
como brillantes.
Como un titán desterrado
Tal
vez sea un poco pretencioso pretender resumir una vida en tres noches febriles
ante un ordenador, pero si quien se lo propone es Rubén Castillo, todo puede
convertirse en posible, puesto que estamos ante uno de los escritores que mejor
disecciona los rincones del alma humana, uno de los más brillantes a la hora de
concederle la voz narrativa a un personaje y hacerse a un lado para que su
criatura vuelque ante los ojos de los lectores sus anhelos y miserias.
Enrique
Saorín no es un hombre bueno, ni tampoco un engendro del mal, es un ser
atormentado por los pliegues que la existencia le ha cosido en la conciencia:
un padre que lo ignoró, una madre que acaso nunca le quiso, unos congéneres que
le despreciaron como rinocerontes sin ceguera, un amor esquivo y un destino
marcado por coincidencias arrasadoras que le llevan a encerrarse durante un fin
de semana en el instituto en el que trabaja como conserje.
En
toda la trayectoria narrativa de Rubén Castillo, y trece libros atestiguan su
largueza y experiencia, no ha existido jamás un solo personaje plano, y ésta no
iba a ser una excepción. Si hay algún rasgo que caracteriza a este autor, amén
de la brillantez lingüística y unas metáforas por las que asesinaría más de un
reputado poeta, es la complejidad con la que arma a sus protagonistas, los
poliedros humanos que crea y la total ausencia de maniqueísmos. Enrique Saorín
escucha la japonesa música de Kitaro, mira a sus peces de colores, y ha cifrado
su vida, y la búsqueda de la perfección sentimental, en un lienzo de Dalí que
reúne tantos sueños como desasosiego. Así se presenta, sumando todo el equipaje
que ha tenido que echarse a la espalda, y que permite que su padre literario se
explaye en fabulosos y variados registros narrativos y léxicos.
Los
juicios, en las novelas de Rubén Castillo, quedan siempre para el lector, como
los asteroides narrativos del universo superior que presenta; este autor conoce
los entresijos de la educación (es docente, y eso no puede olvidarse), la
brutalidad de los adolescentes, las metas de los universitarios, los dobles
filos de las habladurías, la desesperanza de los amores perdidos y los sueños
rotos, pero también la tenacidad necesaria para que un personaje, uno solo,
sostenga una novela como un titán desterrado del Olimpo del éxito. No habrá un
lector que pueda quedarse impertérrito ante esta novela, porque todos tenemos
bien guardadas nuestras galateas en el corazón.
Galatea de las esferas. Rubén Castillo.
Editorial: Gollarín. Caravaca, 2012. 212 páginas.
(LA VERDAD, ABABOL, 29/12/2012)