Salud, Marlowe
Que
los herederos de Raymond Chandler le pidieran a John Banville/Benjamin Black
una novela protagonizada por Philip Marlowe dice mucho de la confianza que les
inspiraría el autor irlandés, porque devolver la vida a uno de los mitos del género
negro era un riesgo de magnitudes considerables. Claro que cuando el lector
abre después esta novela, al suspiro de alivio le sigue la inmensa satisfacción
de comprobar cómo el inefable y tortuoso Marlowe ha regresado como si le
hubiéramos visto actuar el mes anterior, y la duda de si el propio Black no
tendrá serios contactos con el más allá, línea directa y privada con el
mismísimo Chandler.
Benjamin
Black no ha reparado en gastos, la primera persona es impecable, la ciudad está
retratada con la misma mirada ácida y crítica de siempre, aliñada con los
recuerdos de Marlowe, a lo que se puede sumar también más de un guiño que nos
devuelve a algunos personajes de casos anteriores. Y si hemos de hablar de los
diálogos, hay que descubrirse, porque sólo quien haya mamado los diálogos
chandlerianos y atesore la valentía de Black podría ser capaz de reproducir el
tono, el sarcasmo y los dobles sentidos que siempre los han caracterizado.
Pero
hay más, por supuesto, hay una rubia fatal que contrata al detective, hay un
amante desaparecido al que hay que encontrar, hay contactos entre la policía,
palizas descomunales, barmans cómplices y silenciosos, clubes de alto rango
social, aristócratas caducas, alguna estrella del cine en ciernes, coches,
calor, lluvia torrencial, casas a las que hay que entrar sin ser invitado,
besos, algo de ternura, desconfianzas, matones, alguna mujer inocente. Es
decir, que nadie podrá echar en falta nada propio del género, pero tampoco
podrá decir que se ha limitado a leer sólo una buena copia de Chandler.
Porque
sería injusto cifrar el mérito de Benjamin Black únicamente en la imitación, el
homenaje es evidente, y el ambiente, y el tono, pero el alma es algo que ha
puesto él, y nadie puede discutírselo. Poco importa que salte de su Irlanda
habitual a Los Ángeles, sus méritos siguen intactos, y aunque él logre que
parezca algo sencillo, sin duda no es fácil mantener el nivel narrativo, la
dosificación argumental y la capacidad suficiente para hacer que la narración
vaya fluyendo de manera suave, por los cauces adecuados, pero sin renunciar a
alguna sorpresa que otra. Una novela que a los fieles nos ha hecho sonreír de
buena nostalgia, porque era como si Marlowe acabase de entrar de nuevo por el
salón de nuestra casa.
La rubia de ojos negros. Benjamin Black.
Alfaguara. Madrid 2014. 334 páginas. 19’50
euros.