lunes, 27 de agosto de 2018

OCEAN XL

Ocean XL- Relato esencial de Antonio Parra Sanz

El escritor, crítico literario y colaborador habitual de esta casa, Antonio Parra Sanz, nos presenta ‘Ocean XL’, un entrañable caso del comisario Carmona



OCEAN   XL

Con la misma indolencia ceremoniosa de cada mañana, Carmona encendió el primer veguero del día, un “Don Julián” nº 5 que era todo el recuerdo que sobrevivía como herencia de la boda de su hija mayor. A estas alturas de su carrera, no le parecía nada irreverente perfumar con las volutas del humo las inmediaciones de un nuevo cadáver, porque ni era el primero con el que se encontraba, ni por supuesto, bastante bien lo sabía él, tampoco sería el último que sus ojos habrían de ver antes de que se evaporaran los siete años que le restaban de servicio activo.
– Joder, jefe, los de la prensa se van a cebar, menuda carnaza tienen aquí.
Los dos metros de Palazuelos le impedían, como casi siempre, disfrutar de las primeras bocanadas y los primeros vistazos, del silencio con el que constatar lo fugaces que resultan los gestos de quien ha sido sorprendido por la muerte sin que nadie haya tenido la delicadeza de avisarle.
– Coño, Palazuelos, no seas morboso, y no dejes entrar a nadie hasta que llegue Concha con el juez.
Se encerró en aquella habitación, tan normal y huérfana de accesorios como la de cualquier hostal, para darle buena parte de razón al comentario de Palazuelos. Sobre la cama casi sin deshacer yacía un hombre cuyas extremidades se mostraban a medio camino entre el descanso y la resistencia, los brazos reposando sobre el vientre, cubierto apenas por una renegrida camiseta, una pierna estirada aprisionando la pantorrilla de su compañera, flexionada por la rodilla, terminadas ambas en dos calcetines grisáceos que pugnaban por hacer valer su olor por encima de las emanaciones del cigarro de Carmona. Hasta ahí, nada salía de los parámetros que podían considerarse normales, ni siquiera la desnudez del muerto, ni tampoco la congelación del ademán de su sexo, un miembro crecido a medias como si le hubieran cortado el suministro sanguíneo en lo más animoso de los preliminares. Pero lo que sí escapaba de lo habitual era el calzoncillo que tapaba la mitad del rostro, y la pernera retorcida que se ceñía al cuello con mordiscos violáceos, y a través de la cual sobresalía la cabeza de aquel hombre. Normalmente, los muertos de Carmona no tenían pedigrí, así que pensar en refinamientos sexuales no detenidos a tiempo no le servía de mucho, ni el estilo del tipo parecía confirmarlo ni, por supuesto, el lugar era el más indicado para tales proezas.
Mientras repasaba sin necesidad el trazado de una raya capilar cada vez más ensanchada y cana, dejó que los ojos se fueran alejando del cadáver para reconocer los alrededores de la cama, una camisa arrugada y lo que parecían ser unos pantalones se amontonaban en el suelo. Sobre la mesilla de noche, una cartera, algunas monedas, dos o tres cigarrillos escapando del paquete y una petaca, imitadora grotesca de la piel del cocodrilo, volcada con el tapón medio desenroscado, constituían todas las pertenencias de aquel hombre. Francisco José C. A., leyó en un ajado carnet, casi sin filo en los bordes y que le facilitó por primera vez el rostro, demasiado delgado, demasiado vulgar, que el algodón de los calzoncillos no permitía ver. Con el plástico en la mano satisfizo su curiosidad y movió la petaca, que osciló levemente a causa del líquido que aún se agitaba en su interior, lamentó que fuera una petaca y no una botella que poder aligerar de contenido, porque a pesar de su flema, empezar el día de aquella manera le dejaba un preocupante vacío en el estómago, sobre todo si antes de salir de casa a su Milagros le daba, como había sido el caso, por reanudar la discusión que el sueño aplazó la noche anterior, acerca del novio de la hija menor, y las andanzas trasnochadoras en las que ambos se prodigaban cada vez con mayor frecuencia.
– Empezamos bien el día.
Las palabras de Concha le sorprendieron en un complejo ademán, una mano alzando el puro hacia la boca y la otra palpando la oquedad que se adueñaba del generoso abdomen. La inmensidad de la forense se instaló con rapidez en el espacio de la habitación, le propinó un cariñoso cachete en el centro de su generosidad y él correspondió con el consabido manotazo en el descomunal trasero que ya se dirigía, con celo profesional, hacia el cadáver. Era un juego de lo más inocente que ambos compartían desde hacía años, porque ni a Carmona le preocupaba lo más mínimo la línea, ni a Concha le interesaban los hombres en modo alguno, como demostraba con indiferencia cada vez que alguien le preguntaba irónicamente por su Mariano, aludiendo a dos personajes de un conocido humorista gráfico. El cuarteto lo completaban Palazuelos y el juez, un joven novato que se empeñaba en mirar por todos los rincones de la habitación para evitar el encuentro con el cuerpo y que los demás se encontrasen con un desagradable vómito salpicándoles los pies. Carmona entreabrió las cortinas y le regaló al cristal de la ventana la siguiente bocanada de humo, junio tocaba a su fin y con el prólogo de las vacaciones llegaban también los jueces sustitutos, enviados siempre con despreocupación a levantar cadáveres para cuya presencia nunca estaban preparados, y así será – pensaba – hasta que el rigor mortis no sea asignatura obligatoria en los temarios de las oposiciones a la judicatura.
Al otro lado del vidrio, bajo las escaleras, se amontonaban decenas de cuerpos agitados y sudorosos, sudorosos los de los curiosos, agitados los de los periodistas, quién sabía si por la inquietud con la que aguardaban hincarle el diente a presa tan jugosa, o por la presencia a su alrededor de esos otros cuerpos sudorosos. Carmona detestaba las ruedas de prensa, siempre que podía se escabullía dejando que fuese el juez de turno, o la propia Concha, quienes atendieran tanta pregunta sádica, últimamente incluso le había dejado a Palazuelos ese honor, algo contraproducente que ya le había granjeado algunas broncas del Comisario Jefe. En esta ocasión supo que no podría escurrir el bulto, lo supo incluso antes de reparar en la silueta nerviosa que se movía sin cesar en la retaguardia del grupo de curiosos, una mujer asustada que iba y venía apretando contra el pecho una bolsa de deporte, pero prefirió imaginar que lo haría debido a la extrema juventud del juez y a un extraño acceso de conciencia que le impedía permitir que Concha se explayase en los detalles.
– Asfixia por estrangulamiento – certificó Concha mientras le sujetaba al juez los documentos para la firma. Pero no acaba ahí la cosa, a bote pronto y antes de abrirle, el angelito, además de un buen cargamento etílico, lleva encima tranquilizantes como para parar un tren, por eso se resistió sólo a medias, no hay demasiadas muestras de lucha. ¿Das tú la charla o la doy yo?
Concha tampoco consideraba al bisoño juez capaz de encararse con la prensa. Carmona le hizo un gesto que englobaba de una vez la orden de salir y la asunción de su responsabilidad como interlocutor; en los ojos acuosos del juez había toneladas de agradecimiento cuando apretó la mano del comisario.
– Habrá que hablar con el recepcionista – silabeó Palazuelos sin atreverse a interrumpir del todo el ensimismamiento de su jefe.
Los curiosos se multiplicaban como los insectos, a pesar de que las casas más cercanas distaban cerca de un kilómetro del edificio del hostal, enfrentado a otro simétrico, aunque con menos alturas, que hacía las veces de cafetería y restaurante. Poca vida debe llevar consigo – mascullaba Carmona mordisqueando con fuerza su “Don Julián” – quien viene a morir a un sitio como éste, en medio de la nada, expulsado hasta de los barrios residuales de la ciudad. Al otro lado de la carretera, la podredumbre de un vertedero de escombros ensombrecía aún más la ya de por sí desolada presencia del restaurante, al tiempo que hacía más notoria la continua peregrinación de peatones y coches que se iban abalanzando sobre el anzuelo de la furgoneta oscura del Anatómico Forense y las balizas luminosas que, con más pena que gloria, intentaban mantener a raya a periodistas y vecinos.
Tratar de articular palabra cuando se produce el encuentro con una nube de micrófonos, manos y cámaras era poco menos que imposible, y Carmona lo sabía, para cuando cesó el escándalo, y una voz, sin duda la más persistente, logró hacerse oír, su cabeza ya había seleccionado esos datos fríos y precisos que no suelen dejar satisfecho a ningún periodista, pero que sí contentan a los mandos policiales. Siguió fingiendo a medias sin perder la calma y elevando los ojos por encima de las cabezas y los artilugios, hasta encontrar lo que buscaba. Sentada en el arcén, con las piernas recogidas por los brazos y soportando en las rodillas una negra y desinflada bolsa de deporte, la mujer asustada parecía haberse rendido, los ojos fijos en el asfalto y un leve balanceo de adelante a atrás, mientras se eternizaba pronunciando las mismas tres palabras.
– El recepcionista tiene la descripción de una mujer que llegó con el muerto, jefe.
El susurro de Palazuelos puso fin al interrogatorio, Carmona se dio la vuelta ignorando definitivamente las últimas preguntas. Unos pasos después, Palazuelos intentó proseguir pero las palabras de su jefe le dejaron con la boca abierta, mudo y desgarbado muñeco de ventrílocuo.
– Morena, de unos treinta años, uno sesenta y poco, más o menos bien parecida pero con unas ojeras enormes y kilos de sufrimiento en la cara.
– Joder, jefe, ni que fuera usted adivino.
Carmona señaló con la cabeza al arcén en el que la mujer continuaba con su retahíla, la sombra de Palazuelos sólo se movió unos instantes después, cuando al fin logró volver a encajar la mandíbula.
– Venga con nosotros.
La presión de Carmona sobre el hombro de la mujer fue mínima, pero parecía que ella la estuviese aguardando, levantó los ojos llorosos hacia la ventruda figura en la que terminaba aquel brazo y se incorporó con lentitud, dejando que Palazuelos recogiera del suelo la bolsa de deporte, olvidada con indiferencia. Cruzaron la carretera intentando esquivar los grupos que aún no terminaban de dispersarse y apagaron con un gesto firme los ademanes del recepcionista al reconocer a la mujer, estampándole casi en las narices la puerta del despacho del gerente.
Mientras Palazuelos la ayudaba a sentarse, Carmona se empeñaba en encontrar algún parecido entre la foto del carnet y el rostro que se ocultaba entre un remolino de lágrimas y cabellos.
– María Dolores, ¿qué ha hecho usted, mujer?
– Iba a dejarle, señor inspector, iba a dejarle.
– Comisario, bonita, comisario.
Carmona apartó a Palazuelos con la excusa de que sacara de allí la bolsa de deporte y telefonease al Comisario Jefe, las dotes persuasivas de su ayudante, tan conocidas como a menudo censurables para su propio jefe, estaban de más en aquella habitación. La mujer ya estaba lo suficientemente asustada y no era menester estimular todo lo que sin duda estaba a punto de confesar.
– Iba a dejarle, comisario, sólo quería que se durmiera y marcharme, pero entonces se puso eso en la cabeza y empezó a decirme cosas de la Merche, que si le iba a hacer esto, que si le iba a hacer lo otro, y no sé qué me pasó…
– Tranquilícese y vayamos por partes, si me lo cuenta en orden nos enteraremos mucho mejor.
– Llevábamos dos años juntos, yo no he tenido mucha suerte, ¿sabe usted?, la Merche es hija de otro matrimonio, pero parecía que a Paco no le importaba, ¿y yo qué iba a saber? Estaba tan sola que cuando empezó a rondarme, con esa figura y esa labia, porque tenía una labia de aquí te espero, pues eso, que una no es de piedra, ¿qué iba yo a pensar que lo hacía por lo de la casa? Es que yo tenía un pisito que me dejó una tía mía, ¿sabe?, ahí al lado, donde van a construir el híper nuevo, y nos han expropiao, casi por cuatro perras, ya me dirá usted si hoy un piso se puede valorar sólo en treinta mil euros. Y Paco venga a insistir en que a caballo regalao…, pues eso, yo no quería ceder, pero al final nos conformamos, claro, como él lo que quería era trincar el dinero y largarse. Porque fue cobrar el cheque y hacer las maletas, así sin más me dijo que se iba, que no iba a cargar con una mujer con remolque como yo, así que me vine con él al hostal, a ver si le convencía, qué sé yo cómo se me ocurrió traerme la caja de Zolpiden, es que yo no duermo bien, ¿sabe?, desde el divorcio no he pegado el ojo cabalmente ni una noche, y menos con una hija como la mía, que la Merche ha salido al padre, de armas tomar.
– ¿Dice usted que se vino con él al hostal? – Carmona no se sentía capaz de soportar aquel torrente de un tirón.
– A ver si le convencía, que una todavía tiene argumentos para convencer a un hombre, me dijo que antes me invitaba a unas copas ahí enfrente, por los viejos tiempos, y mientras se arreglaba empecé a rellenarle la petaca con las pastillas. Iba bebiendo ya antes de salir, al bajar dejó el sobre con el dinero en una caja, en recepción, y nos fuimos, pero no aguantó más de cuatro copas. Para cuando volvimos, se tenía que apoyar en mí, subimos y se echó en la cama, así que yo aproveché y bajé a por el sobre, pero cuando subí a por mis cosas, todavía estaba despierto, medio desnudo, esperándome. Fue ver el sobre y darle un ataque de risa, me llamó muerta de hambre, y que a dónde iba a ir yo con eso, no paraba de reírse, pero lo peor fue cuando empezó a hablarme de la Merche, que si estaba poniéndose muy buena, que si iba a hacer un cambio, madre por hija, y todas las guarrerías que iba a hacer con ella, se puso los calzoncillos en la cabeza sin parar de reírse… Lo siguiente que me viene a la cabeza es verle tirado en la cama, ya sin fuerzas, y yo tampoco las tuve para irme. Pero le juro, comisario, que sólo quería que se durmiera, le iba a dejar, iba a coger a la Merche y a mi madre y a empezar de nuevo.
Palazuelos entró prologando a dos inspectores de la Brigada Central, Carmona se percató de que uno de ellos ya se había hecho cargo de la bolsa de deporte.
– Muchas gracias, comisario, ya nos encargamos nosotros. ¿Le ha llamado el Comisario Jefe? Bueno, ya le llamará, está usted fuera de zona pero le agradecemos que la haya retenido hasta ahora.
Carmona interrogó a Palazuelos con la mirada y éste le devolvió un elocuente encogimiento de hombros. María Dolores le miró incrédula al descifrar el susurro que el comisario le dejó en el oído:
– Hágame caso, diga que no se acuerda de nada desde antes de llegar al hostal.
Carmona rebuscaba en su chaqueta en busca de un nuevo veguero, tratando de entender por qué la vida se había empeñado en ponerle delante un inicio de día como aquél. Mirando alejarse la espalda de la mujer no pudo dejar de pensar en las calaveradas de su hija menor, y en la suerte que le aguardaría con aquel chico que la arrastraba en su moto de discoteca en discoteca. Pensó también en lo alejadas que muchas veces se encuentran la ley y la justicia, y en que estaba necesitando un carajillo que le entonase el cuerpo después de lo que llevaba de mañana.
– Con casos como éste, vamos a batir el récord de rapidez, ¿eh, jefe? – el optimismo de Palazuelos era casi tan grande como su estatura.
– Ya estoy viejo para esto, coño.
Texto: © Antonio Parra Sanz, incluido en el libro de relatos ‘Desencuentros’, 2003.
https://punica.es/ocean-xl-relato-esencial/

lunes, 13 de agosto de 2018

CARTAGENA NEGRA 2018 - ENTREVISTA EN LA OPINIÓN

"Como te entre el gusanillo de la novela negra, ya no te lo quitas en la vida"

"Si respetamos entre todos la calidad, no hay por qué llegar a la saturación de este género", explica Antonio Parra Sanz

12.08.2018 | 20:07

"Como te entre el gusanillo de la novela negra, ya no te lo quitas en la vida"

Escritor y profesor. Con motivo del ciclo Cartagena Negra, que tendrá lugar en la ciudad portuaria entre el 4 y el 8 de septiembre, LA OPINIÓN publicará diariamente un cuestionario con los autores participantes.
¿Qué tiene la novela negra para haber llegado hasta el favoritismo de los lectores?
Mucho tesón y mucha voluntad, porque en sus inicios todos la tildaban de literatura de segunda y ella solita ha sido capaz de borrar los tópicos y hacerse un hueco en el mercado, y no pequeño precisamente. Además, como tiene vertientes sociológicas, psicológicas y lúdicas, es capaz de contentar a muchos tipos de lectores.
¿No correremos el riesgo de saturarnos y agotar el género?
Como pasa en todos los géneros, hay novelas buenas, mediocres y malas, la cuestión está en conseguir que predominen las buenas, que serán las que permanezcan en el tiempo. Si respetamos entre todos la calidad, y aquí coloco a autores, editores, libreros y críticos, no hay por qué llegar a la saturación.
¿Usted se sintió desde siempre atraído por este género?
Casi casi, la culpa la tuvo Manuel Vázquez Montalbán, al ofrecerme la serie de Pepe Carvalho, que fue la que me enganchó ya para siempre. A partir de aquellas novelas, me acerqué a Chandler, Hammett y Ross McDonald. Poco a poco, el género se me metió en la sangre, hasta llegar al punto de disfrutar de él también como escritor. En el fondo somos un poco como Alonso Quijano con la novela de caballerías, como te entre el gusanillo del género negro ya no te lo quitas en la vida.
Ahora que han pasado algunas décadas de expansión, ¿se atrevería a valorar la evolución que ha tenido el género en España?
La evolución ha sido extraordinaria, incluso diría que está siendo extraordinaria, porque sigue adelante, primero logramos incorporar a las fuerzas del orden, algo que en los orígenes, en pleno franquismo, era impensable (salvo para el gran García Pavón), luego surgieron los detectives protagonistas de series, se incorporó la mujer, no creo que haya un país con mejores autoras de género negro que España. Y ahora el panorama es tan amplio que podríamos establecer un buen número de subgéneros negros, y muy dignos además.
Elija a un personaje y a un autor del género a quienes les hubiese gustado conocer.
Como autor me habría encantado sentarme a comer y charlar con el gran Vázquez Montalbán, habría sido una jornada de comida, merienda y cena, por tantas y tantas preguntas. Personaje, me quedo con Philip Marlowe, también habría pagado por acompañarlo en su coche en algún que otro caso.
¿Cómo se logra organizar un festival como Cartagena Negra? Ya que es usted uno de los organizadores? Alguien dirá que así es más fácil participar, defiéndase.
Teniendo mucha fe, y estando rodeado de un magnífico equipo que comanda Francisco Marín. En estos cuatro años hemos ido cumpliendo un sueño, que era el de poner a Cartagena en el mapa de las jornadas negras de España, ahí tenemos que darle las gracias al Ayuntamiento. Y luego echándole mucho valor, acudiendo a los amigos escritores del género, y preocupándonos siempre por ofrecerle al lector lo mejor, en títulos y en el trato con los autores. En cuanto a lo de participar, se me propuso formar parte de una mesa redonda sobre el crimen en Cartagena, y no me pude negar, pero trato de limitar mi presencia todo lo posible.
¿Cuáles son sus armas y métodos preferidos a la hora de matar?
No tengo preferencias, me gustan mucho las armas de oportunidad, aquellos objetos que en su esencia no sirven como arma, pero que en un contexto concreto pueden liquidar a cualquier víctima. Y luego dejo que los personajes sean los que elijan aquellas armas o métodos que les resulten más atractivos. En ese sentido soy muy respetuoso con mis asesinos, también tienen derecho a expresar sus preferencias.
Ahora una complicada: elija algún personaje real para quitar de en medio y justifique el crimen, claro.
Uf, ustedes quieren que me detengan. Con la que ha caído en los últimos años en el tema de la política, las tentaciones serían muy grandes, aunque la realidad, como siempre, nos ha adelantado por la derecha, y si no miren la cantidad de personas relacionadas con casos de corrupción que han desaparecido de formas muy curiosas. Lo que me encabrona últimamente es la gente que comete agresiones sexuales o aquellos que agreden a los niños, ahí sí tengo que morderme mucho la lengua, y el deseo.
¿Cómo podemos valorar el papel de la mujer en la novela negra actual?
A ver, tenemos dos opciones, si me muevo entre la corrección política diré que muy bien, han aumentado las autoras de manera creciente y todo parece un camino de rosas. Pero como me gusta ser incómodo, diré que todavía estamos un poco lejos de conseguir la naturalidad. Insisto en lo dicho más arriba, no creo que haya un país con mejores autoras de novela negra que España, pero los lectores deben dar también un paso al frente, y sobre todo los editores, porque a veces parece que, en caso de duda entre un autor y una autora, se elige primero a él, y eso no lo entiendo, hay que apelar a la calidad de la obra, y no al nombre de quien la escriba. Y como autores, debemos abrir el abanico a las mujeres en nuestras tramas, para todo lo necesario, ya sean investigadoras, víctimas, asesinas, y terminar con ciertos papeles florero que aún subsisten en algunas novelas.
En Dos cuarenta y nueve hay un asesino que pretende redimir a la sociedad, ¿cree que necesitamos que nos rediman?
Cualquiera sabe, el ser humano cada vez está más desorientado, y eso también significa que florecen muchos “salvapatrias” que equivocan su labor. Hay un escaparate inmenso hoy en día para esos salvadores trasnochados, y son las redes sociales. En lugar de usarlas para tender puentes, las estamos usando para señalar al que no piensa como nosotros, para acusar y levantar la voz, para empuñar la razón de manera equivocada. Cada grito en un muro de Facebook, cada insulto es como un crimen metafórico, y así no vamos nada bien. No creo que tengamos salvación como colectivo, habrá que ir a las individualidades, y ahí en cambio sí creo que hay personas magníficas.
¿Es Cartagena una ciudad vestida para el crimen?
Es una ciudad tan válida como cualquier otra para el crimen. Es una ciudad con puerto, con lo que eso tiene de fronterizo y de ambientes propicios para que ocurran crímenes. Lo importante es que la ciudad ha crecido en todos los sentidos, y ha adquirido también entidad como para que, en ella, ocurran cosas buenísimas y delitos de cierto calibre, y no ficticios precisamente.
¿Qué hay de Sergio Gomes, su detective, volveremos a verlo en acción?
Sí, volverá. Ahora se ha instalado en Cartagena, lo que le abre un nuevo panorama de casos y posibilidades. De hecho, actualmente está enfangado en la búsqueda de una adolescente desaparecida, un caso que es posible que le permita conocer a otro detective privado que está adquiriendo cierto renombre en el panorama literario de la región.
Ofrézcale algún consejo al lector de novela negra.
Que se relaje, disfrute y que, aunque le pueda la tentación, no sea tan excesivamente puntilloso a la hora de destripar tramas. Los lectores de novela negra somos muy puñeteros, porque parece que disfrutamos averiguando cosas de la investigación antes de que nos las cuente el autor. En fin, que disfruten del género, pero empezando por muestras españolas, que las hay y buenísimas, no me gusta que se antepongan obras de otros lares teniendo lo que tenemos en el país.
https://www.laopiniondemurcia.es/descubre-fds/2018/08/13/gusanillo-novela-negra-quitas-vida/946001.html

domingo, 12 de agosto de 2018

PRIMAVERA CRUEL - LUIS ROSO

‘Primavera cruel’- Reseña

‘Primavera cruel’ presenta un nuevo caso del inspector Trevejo, de Luis Roso. A través de esta reseña ofrecemos más detalles

Título
Primavera cruel
Datos publicación
Ediciones B. Barcelona 2018. 486 págs.

Datos del autor

Luis Roso (Moraleja, Cáceres, 1988) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca, en Filología Inglesa por la Universidad Autónoma de Barcelona y posee un máster de Literatura Española e Hispanoamericana. Apasionado de la literatura, la historia, el cine y el deporte, actualmente trabaja como profesor de secundaria en la Comunidad de Madrid. Admira a Delibes, Cela, Ferlosio, Sender, Azorín, De la Serna, Aldecoa, Barea y Martín Santos.

Sinopsis de la obra

Primavera cruel es el segundo caso del inspector Ernesto Trevejo. La serie de género noir de Luis Roso que es al mismo tiempo un adictivo thriller y una mirada nueva sobre los años más duros del franquismo.
Madrid, años cincuenta. El inspector Ernesto Trevejo recibe el encargo de enfrentarse a un caso muy difícil: un hombre armado ha aparecido muerto en El Pardo, muy cerca del palacio donde reside Franco. ¿Se trata de un terrorista? ¿Un loco? ¿Puede ser una amenaza real? Una trama policíaca impecable que es, al mismo tiempo, un retrato fiel y alejado de los tópicos de la sociedad de la época. De la mano de un protagonista a la altura de los grandes del género, Luis Roso mantiene al lector literalmente pegado a las páginas de esta novela.
Reseña
Trevejo
Cuando un lector se encuentra con un personaje de novela negra capaz de encandilar ya desde sus primeras páginas, no puede evitar un guiño de felicidad, tanto por lo que ese personaje le regala, como por todo lo que le puede dar si su autor decide rentabilizarlos en nuevas entregas. Algo que, a poco que el personaje tenga buenos mimbres, suele producirse con cierta facilidad. Eso es lo que sentimos muchos la primera vez que nos encontramos con el inspector Ernesto Trevejo, allá por la novela Aguacero, y es lo que hemos vuelto a sentir al encontrarle en esta nueva entrega.
Las felicitaciones han de ser para Luis Roso, el padre de la criatura, un escritor amante de las buenas historias y de la literatura española del medio siglo, época en la que ha decidido situar las andanzas de este peculiar inspector. Peculiar porque tiene un carácter lo suficientemente independiente como para no comulgar con todas las ruedas de molino oficiales que exige su puesto, pero también flexible como para saber cuándo callar y asentir ante órdenes que está por encima de él.
Para todos aquellos que saben de las vicisitudes sociológicas de la novela negra, las ramas de Luis Roso van más allá de lo puramente investigador, en ellas hay un fresco social de la mitad de los cincuenta muy verosímil, y el franquismo se convierte en un personaje más que condiciona tanto la vida del protagonista como los propios acontecimientos. Así, la sombra del poder siempre está presente, y en concreto en esta novela se ciñe al asesinato de dos miembros de una célula comunista, muertos por encargo no se sabe bien de manos de quién.
Esa vertiente sociopolítica ya la encontramos también en la primera novela de Trevejo, y con ella debe lidiar el inspector, pero en esta ocasión las condiciones son aún más rígidas, ya que una de las víctimas ha aparecido en uno de los montes de El Pardo, con todo lo que eso conllevaba de posible amenaza para la salud, y la imagen, del Generalísimo. Eso sí, limitarnos a esa parte política sería como leer sólo la mitad de la novela, hay que rebuscar e ir mucho más allá, tal y como hará el inspector, para desvelar las verdaderas motivaciones del caso y las múltiples sombras que éste esconde.
Este lobo solitario seguirá su camino, y sus instintos, hasta las últimas consecuencias, y con él Luis Roso logrará meterse al lector en el bolsillo una vez más. Brillante hasta en la mesura.
https://punica.es/primavera-cruel-resena/

viernes, 3 de agosto de 2018

JUEGO DE MÁSCARAS - RUBÉN F. UCEDA

Juego de máscaras- Reseña

‘Juego de máscaras’, una atractiva propuesta de lectura vacacional para los amantes del noir, reseñada por Antonio Parra

Título
Juego de máscaras
Datos publicación
Atlantis. Madrid 2018. 337 págs.

Datos del autor

Rubén Fernández Uceda (Madrid, 1981) es óptico optometrista y autor de numerosos relatos. En su haber tiene ganados, entre otros, los premios Ateneo de Laguna de Duero y La Cruz del Negro de Carmona. De estilo narrativo ágil donde destacan la intriga y la acción, es capaz de beber de autores tan diferentes como Henning Mankell, Stieg Larsson o Philip K. Dick e Isaac Asimov. De ahí que abrace tanto la novela negra como la ciencia ficción y las fusione para crear algo único en sus novelas. Es el caso de Juego de máscaras y su predecesora, Cuando llueva en Marte, galardonada con el accésit a mejor novela de ciencia ficción en los Premios Atlantis La Isla de las Letras 2017.

Sinopsis de la obra

El inspector de la policía de Marte, Nicklas Magnussen, investiga un importante caso de tráfico de drogas cuando es reclamado para ocuparse de la desaparición de un colono. Apartarse del caso supone también apartarse de la carrera por suceder al actual capitán de la policía… Pero lo que parecía algo rutinario toma un carácter siniestro al encontrarse restos de sangre de varias personas en las incineradoras de la colonia marciana. Nicklas, acompañado de Sergio, un oficial recién llegado al planeta, y su antigua compañera, María Roseau, deberán adentrarse en los bajos fondos de la colonia siguiendo la pista de los desaparecidos, chocando con la mafia y la alta sociedad que la controla. Acechando entre ellos, en los oscuros pasadizos bajo la colonia de Marte, el monstruo se oculta tras una máscara.

Reseña

Los orígenes de Magnusen
El capitán Nicklas Magnusen es todavía detective en la policía de Marte, estamos ante una “precuela” de lo que ya vimos en Cuando llueva en Marte, que supuso la puesta de largo de este personaje a manos de su creador, Rubén F. Uceda. Y la verdad es que el ambiente sigue siendo igual de opresivo, en cuanto a lo delictivo y lo social, porque el futurismo está presente pero sin cansar en ningún momento, y sin atosigar al lector con técnicas descripciones propias de la antigua ciencia ficción.
Es notable la forma tan natural con la que el autor nos coloca en el planeta rojo, en este caso incluso acompañando al nuevo ayudante de Magnusen, el murciano Sergio Guirao, quien tampoco tiene que hacerse muchas preguntas sobre lo que se va a encontrar, porque es un tipo responsable que ha hecho sus deberes antes de viajar a su nuevo destino.
Justo lo contrario que Nicklas, que sigue rozando la iconoclastia profesional, de la mano de su compañera Roseau y de los enfrentamientos con algún que otro superior o con compañeros que no comulgan con su manera de hacer las cosas y que sin duda son más ambiciosos que él. Es reconfortante saber más cosas de este personaje, sus orígenes, como perdió un ojo que ahora ha sido mejorado biónicamente, y qué es lo que le mueve a no soltar una presa cada vez que ha logrado hincarle el diente.
En esta ocasión, además, tendrá que hacer frente a una trama de desapariciones que le llevará hasta unos juegos de máscaras en los que todo vale, en los que los más adinerados del planeta campan a sus anchas, pero en los que también se puede esconder un psicópata empeñado en castigar los pecados de unos habitantes marcianos que siempre tienen algo que ocultar. Hay también traficantes rusos, prostitutas, mentiras y ambiciosas luchas de poder, un universo en el que Magnusen suele nadar como pocos saben hacerlo.
https://punica.es/juego-de-mascaras-resena/