1984
George Orwell lo creó para la literatura, y John Hurt y Richard Burton lo recrearon magníficamente en la pantalla. Me refiero al Gran Hermano, pero al original, al inquietante de verdad, al que lo controlaba todo y era capaz de tiranizar a la población aplicándoles los castigos más dolorosos, aquellos que incidían en las propias fobias de cada uno. Esa figura, hay que ver lo que son las cosas y los tiempos, ahora parece que ha cambiado de sexo, ha nacido
En lugar de avanzar, retrocedemos, porque ese “Denuncie usted”, a poco que nos descuidemos, nos puede llevar otra vez a los años oscuros de la guerra y la posguerra, cuando tantas cuentas se ajustaron sin que mediaran precisamente causas ideológicas. Detrás de esos batallones inquisitoriales que tanto gustarían a esta ministra (pónganle cuero y una gorra de plato y temblaremos todos, o quizá haya algún masoquista que disfrute) se difumina, y nunca mejor dicho, la brutalidad de una ley que ha convertido a los fumadores en seres malditos, apestados y marginales, sin ocuparse de sus derechos, que también los tienen.
Lo siento mucho, porque sé que el derecho a la salud es importante, pero también lo es la libertad de elegir. No creo que haya un solo fumador que ignore que lo que hace le puede traer nefastas consecuencias, pero o se financian los tratamientos y las ayudas, o se deja de vender tabaco (calculemos todos el dineral que perdería el estado, si podemos), o se respetan lugares privados para que quien quiera ahumarse pueda hacerlo libremente y sin molestar a los demás. Derecho a la libertad, sí, pero para todos, y todos no son sólo los que quiera esta ministra, que no ha estudiado Medicina sino que es socióloga, y tal vez por ello se haya lanzado después a enfrentarse con las discriminaciones laborales por razones de opción sexual o aspecto, sin mencionar, eso sí, la discriminación laboral por incompetencia manifiesta, quién sabe por qué la habrá obviado.
Uno, que ha sido fumador y ahora no lo es, no comparte ni un ápice de esta ley dictatorial, o si no, empecemos por meter en ese saco de persecuciones otros comportamientos que también son nocivos para la salud. A saber: chicles que se pegan a los zapatos o la ropa y provocan síncopes y maldiciones varias; esputos de mayor o menor cremosidad que adornan las calles y martirizan mi sensibilidad estética; deyecciones caninas no recogidas por los dueños, con el consiguiente riesgo de resbalón y fractura de coxis o cadera; exceso de ingestas alcohólicas que llevan al vecino a gritar y zurrarse con su mujer impidiendo mi descanso y martirizando mis oídos; excesos de humos automovilísticos dañinos para los pulmones; exagerados volúmenes de las conversaciones telefónicas móviles que zahieren de nuevo mis tímpanos; atracones masivos de grasaza que llevan a la obesidad y al riesgo coronario de saturar hospitales; pero sobre todo, la imbecilidad manifiesta de los inútiles y los meapilas, meen de pie o sentadas, que amenazan mi equilibrio mental.
Ya lo decía el genial Luis Sánchez Polack, “Tip”, y es que los tontos me ponen muy nervioso, y España está cada vez más servidita de lerdos, y lerdas, no se me enfade la señora Pajín, que tal vez no se acuerde de cuando estudió el género neutro latino. Ganas me dan de volver a empuñar el cigarrillo, aunque sin encenderlo, sólo por molestar a los que vayan de iscariotes por la vida.