LA
BOCA DE LA VERDAD
Para Marién Pérez Zarauz
Joe le ha dicho que si un embustero mete ahí la mano se
la morderán. Esto ya es mucho más que una broma o un simple corte de pelo. Lo
está viendo en sus ojos, retraídos de repente, temerosos, ausente de ellos la
luz que ha visto anidar allí en las últimas horas.
Pero el envite está lanzado, y ella duda, él sabe que en
el fondo le da miedo que la maldición se cumpla. Y Ana tiembla, recoge la mano
en su regazo y le devuelve otra mirada, esta vez retadora, para ver si él se
atreve a meter allí sus dedos.
Es entonces ella quien ve un velo en sus ojos, la sombra
de una sospecha que no sabe bien cómo interpretar mientras siguen allí, unos
segundos eternos, dejando que el frío de la piedra les vaya colonizando la
piel, incluso el ánimo, al tiempo que Irving los mira con el cigarrillo
congelado en los labios, sin decidirse a encenderlo.
Joe toma el relevo, pero también con temor, con el de no
saber quién miente más, o quién se miente más a sí mismo, con la duda de si
puede más su cueva de miserias y promesas rotas o la torre de marfil en la que
a ella le han preservado del mundo. Dos encierros más parejos de lo que ninguno
de los dos podría pensar.
Ahora no valen helados, ni vespas ni paseos o monedas
arrojadas a las fuentes, ahora es el momento de desnudar las caretas, pero él
no acaba de atreverse, no se decide, no se borran de un plumazo tantos años de
soledad. Ninguno de los dos acepta el reto pero ambos lo aceptan sin decirlo,
hasta que Joe retoma el humor y perfila la broma, tras meter la mano, gritando
y escondiéndola ahora en la manga de la chaqueta.
Ha sido divertido, pero sobre todo ha sido inenarrable
sentir el contacto de Ana en su pecho, asustada, ahogando un leve chillido que
ha disfrazado de golpe vengativo al comprobar la chanza. Irving al fin logra prender
el cigarrillo, y ellos dos salen de allí posponiendo la victoria del destino,
dejando para otro momento la caída de los velos que andan tapando sus
inseguridades, sus anhelos, sus corazones.
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