domingo, 7 de febrero de 2021

METRÓPOLIS - AL DENTE

 AL DENTE 

       El secreto está en el aceite, ni más ni menos, un buen chorro de aceite cuando el agua rompe a hervir y todo cambia, el sabor, la textura, el punto de la pasta, es como si el espagueti se volviera agradecido por ese regalo. El mismo que echa en falta hoy Baxter, solo como se ha quedado en aquella minúscula cocina.

         Han terminado de golpe las dos semanas de vacaciones que se conceden por matrimonio, y de repente aquella mañana se le ha hecho de noche, sobre todo porque él no ha regresado aún a la compañía. El día anterior estuvo esperando en vano una llamada que aún se está haciendo de rogar.

       En un recipiente aparte, debe prepararse el sofrito de cebolla y tomate, al que incorporar las albóndigas justo cuando el contenido empiece a burbujear. Eso sí, teniendo sumo cuidado para que las salpicaduras de aquella lava roja no conquisten las mínimas baldosas de esa cocina americana, cómo no.

      Le dio por la mañana el mayor de los besos de despedida, si es que esos besos pueden ser en algún momento algo más que contacto apresurado. Ella sí ha empezado hoy a trabajar, y sin llamada de ningún tipo, simplemente se embutió en su uniforme y se marchó, con la misma sonrisa con la que luego le daría los buenos días a medio edificio.

       Un poco de orégano en el agua hirviente, y por qué no, también en la sartén, ya queda poco. No necesita ni probarlos, porque en un día como el de hoy sólo le faltaba que se le pegaran a los incisivos con la transgresión de no estar al dente.

      Aún tenía tiempo de hacer un nuevo solitario, sentado a la pequeña mesa, frente al sofá en el que descorcharon aquella botella con sabor a pacto. Dispone las cartas pero lo hace casi sin mirar, ahora ni está acertando, los naipes caen donde quieren, como aquellas otras llamadas que él siempre atendía, como aquella maldita llave que circuló de mano en mano hasta romperle el futuro.

     Vuelca los espaguetis en la raqueta de tenis, ninguno de los dos insistió nunca en comprar un escurridor, él por olvidadizo, y Franki porque así tenía un recuerdo más que ir atesorando. Mientras agita la raqueta arriba y abajo desea como nunca que en los ascensores prohíban desde hoy mismo la entrada a los Sheldrick de turno.



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