Madrugada en el tren, la niebla se alía con la noche para concederle unas horas más de eterna juventud, el vagón entero dormita hasta que en Murcia entra una pareja de mediana edad, ambos cargados con un equipaje informe además de los bártulos acarreados por los años de vida en común. La mujer se acurruca junto a la ventanilla y procura dormirse pronto. El hombre, por el contrario, esparce sus pertenencias por su asiento y por los dos asientos que tiene frente a él, huérfanos de respaldo: una radio, una libreta costrosa, un bolígrafo, una gorra, una bolsa de plástico de contenido indefinible, una naranja que pela con estrépito mientra se alegra de abandonar esta ciudad cuanto antes, todo ello vociferando sin cesar. Es zafio, grosero y tritura los gajos de la naranja con la boca entreabierta. Al fin, no contento con su invasión, le canta al vagón que en cuanto llegue a su destino visitará, sea como sea, el servicio de urgencias de algún hospital, porque no termina de orinar bien. Me inclino un poco para mirar a su mujer, escondida entre bufandas; juraría que se hace la dormida y no me extraña lo más mínimo.
ANTONIO PARRA SANZ (Madrid 1965), profesor de Lengua y Literatura, de Escritura Creativa y crítico literario. Novelas: Ojos de fuego, La mano de Midas (Premio Libro Murciano 2015), Los muertos de las guerras tienen los pies descalzos; Acabo de matar a mi editor, Dos cuarenta y nueve y Entre amigos (Serie Sonia Ruiz 6). Relatos: Desencuentros, El sueño de Tántalo, Polos opuestos, Cuentos suspensivos, Malas artes. Artículos: La linterna mágica, Butaca de patio. Ensayo: Tres heridas.
Un retrato de la escena magistral, una estampa muchas veces observada.
ResponderEliminarLa zafiedad de algunos produce pudor en otros...Me has recordado multitud de imagenes de tren, de aquellos de madera y olor a carbonilla.
Besicos.
Muchas gracias por acercarte por aquí. Sí, fue una mezcla de nostalgia y de repulsión, casi a partes iguales. Besos
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