martes, 15 de marzo de 2011

TRAMPANTOJOS

Varios días después, por la tarde, de nuevo en el tren, la vorágine de cuerpos y maletas se altera ante la posibilidad de que el convoy arranque antes de tiempo. La gente se deja llevar por avalánchicos ancestros para asaltar sus respectivos asientos. Lamento que el pasillo no sea más ancho o que no se hubieran retrasado los minutos suficientes como para quedarse en tierra. Cuando al fin logro sentarme y sacar mi libro, mi vecina de asiento recibe una llamada en su móvil; durante quince eternos minutos desgrana, a voz en cuello, todo lo que cree conveniente, sin importarle quién la escuche, los regalos para los niños, la herencia del abuelo, el desempleo del padre, la crisis, las cañas que se ha tomado a mediodía con no sé quién. Y cuando considera que ya ha pregonado bastante su vida, se enrosca sobre sí misma y se duerme impidiendo la salida al pasillo.

Al fin puedo leer, mi teléfono vibra entonces en el bolsillo y no contesto, por nada del mundo quiero alterar el tenue silencio, ni siquiera con el susurro de una excusa y la promesa de devolver la llamada. Hay demasiados espejos en los que no deseo mirarme.



1 comentario:

  1. Está difícil eso de leer en el tren últimamente, el domingo pasado lo intentaba yo y me costó lo mío... adorado silencio ¿dónde estás?

    Entiendo que la gente quiera hablar con sus compañeros de viaje, pero hay formas y formas.

    Un saludo, Antonio.

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