En mitad del gran sindiós climático, el sol se abre paso dejando en el horizonte una estela blanca y fugaz en las ramas de los almendros. Los campos van cubriéndose de extensiones grisáceas y artificiales con las que proteger las cosechas, y en los arcenes de las carreteras, antes de que amanezca, se reúnen docenas de náufragos que cambiaron los océanos de la pobreza por una patera en la que navegar por estos nuevos océanos de plástico, sacudidos por un viento infinito que no se cansa de provocar una marea brillante de tantas ilusiones como espejismos.
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