domingo, 21 de abril de 2013

DOCE LUNAS- RUBÉN CASTILLO


DOCE LUNAS

RUBÉN CASTILLO
GALATEA DE LAS ESFERAS


1)    ¿Quién es Enrique Saorín, cómo se digiere para un personaje pasar de ser un posible (y hasta brillante) profesor, a ser conserje de un instituto?

Enrique Saorín es un inadaptado, un ser triste, acomplejado y frustrado, que se escuda en la idea de no haber sido comprendido para justificar(se) el odio que siente por todos sus semejantes. Es verdad que ha sufrido, pero todos hemos sufrido. Eso no justifica que se comporte como lo hace, que desdeñe a los demás, que se sienta superior. En el fondo es un tipo peligroso, lleno de traumas y lleno de rencores... Y el problema es, precisamente, que no ha digerido sus fracasos, no ha sabido extraer de ellos nada positivo, ni ha enmendado su actitud. La gente normal aprende de sus equivocaciones y de los reveses. Él no. Él los utiliza como argumento supremo para demostrar que tiene derecho al odio.



2)   ¿Qué hay de Rubén Castillo en Enrique Saorín?

Hay algunos detalles autobiográficos, que me resultaron útiles a la hora de elaborar la mente del personaje; pero poco más. Yo sí que me considero una persona afortunada, pues he visto cumplidos prácticamente todos mis sueños. Quizá porque he tenido la precaución de soñar cosas accesibles.

3)   Enrique se obsesiona con el cuadro ‘Galatea de las esferas’, ¿puede ser tan atrayente la pintura de Dalí o atrae más su figura? ¿Dónde radicaba el genio para Enrique, en el cuadro o en la persona?

Dalí era magnético, pero su pintura lo es muchísimo más. Cuando te cuentan cosas suyas, extravagancias, frases, actitudes, alucinas realmente con ellas. Pero si tienes la curiosidad de ponerte en Youtube una entrevista suya (la que le hizo Joaquín Soler Serrano, por ejemplo) descubres a un histrión más aparatoso y payasesco que interesante. Sus cuadros, en cambio, son inmortales. Tiene lienzos que son innegables prodigios de creatividad, que lo hacen eterno. La Historia olvidará al personaje Dalí pero recordará siempre al pintor Dalí.

4)   Carmen, Cristina, Clara, tres nombres de mujer que empiezan por ce, ¿responde esto a algún motivo particular? ¿Son tres mujeres diferenciadas o tres vertientes de una sola mujer en la vida de Enrique Saorín?

Vaya, realmente no me había dado cuenta de ese detalle de las iniciales... No son mujeres distintas, es verdad. Son tres flancos de Lo Mujer, que Enrique anhela sin saberlo. Gregorio Marañón decía que en el fondo cada uno de nosotros siempre perseguimos el mismo tipo de mujer. Quizá se trate de que buscamos algo así como un molde utópico, que disfrazamos (o se nos disfraza) con ropajes distintos.

5)   ¿Está Enrique Saorín incapacitado para el amor?

Seguro que sí. El amor no es un ejercicio de autocomplacencia, sino la voluntad de extasiarse con la belleza y el alma de alguien... para ser feliz y hacer feliz a ese alguien. Y Enrique siempre olvida la segunda parte del enunciado. Su única intención es completarse él, sentirse querido él, sentirse mimado él, sentirse admirado él. ¿Busca a la Madre? Quizá. Tengamos en cuenta que Enrique está decepcionado con la forma en que su madre no fue tierna, mimosa o protectora con él. Quizá está buscando sustitutivos. Dice que necesita a una mujer fuerte al lado, pero probablemente es mentira: anda buscando una entelequia de seda.

6)   ¿Tan poderosa es la memoria como para impulsar a este personaje a buscar una reparación como la que emprende en esta novela?

Él necesita encontrar justificaciones de su fracaso, y no tiene más remedio que tirar hacia atrás y buscar culpables donde sea. El culpable fue su padre, que siempre se comportó de una forma fría; la culpable es su madre, que no se alineó junto a él, en contra de su padre; la culpable fue Clara, que no quiso quedarse a su lado; la culpable fue Cristina, que no era Clara... Ese tipo de personas necesitan descargar su propia impotencia culpando a otros. De ahí que jamás, jamás, se mire a sí mismo con ojos críticos. Él es un puro, un cátaro, un genio. Los demás son miopes por no verlo así. Y tienen que pagar su error. Por eso se ganan su desprecio, sus invectivas y sus insultos retrospectivos.

7)   ¿Sufrió mucho Rubén Castillo escribiendo esta novela?

Terriblemente. Es la novela con la que peor lo he pasado. No volveré a sumergirme en una experiencia de este tipo, lo puedo asegurar. Llegué a meterme tanto en este personaje que comencé a volverme huraño, a tener tics, a pasarme el día y la noche imaginando detalles de su vida, de su temperamento, de sus reacciones... Y puedo asegurar que la experiencia me ha dejado tan escocido como escarmentado. No creo que merezca la pena sufrir para dar a luz una novela. Mis siguientes obras no serán tan introspectivas, sino mucho más fluidas, más narrativas. Necesito cambiar de registro por cuestiones de higiene mental.

8)   En algunas de sus novelas hay al final un cierto poso de pesimismo, unos desenlaces un tanto tristes, ¿es algo buscado o son simples coincidencias?

En literatura no existen las casualidades. Creo que la obra literaria de alguien es siempre su mejor autorretrato. Cuando dicen y repiten que Federico García Lorca era un hombre alegre, jovial y felicísimo, yo siempre pienso en sus poemas, en sus obras de teatro; y sé que allí está su alma auténtica. La literatura es como el paño de la Verónica. Ahí están las facciones reales. Yo tiendo al pesimismo. No confío demasiado en el género humano, ni en la justicia de la vida. Quizá por eso me salen obras con esos finales. No lo sé. Tampoco me gustaría convertirme en materia de reflexión para mí mismo. Yo cuento historias y ya está. Que otros interpreten y extraigan conclusiones.

9)   ¿Hasta qué punto ha influido el mundo educativo en esta novela? ¿Habría resultado igual situar a Enrique Saorín en otro ámbito profesional?

Yo creo que sí, que habría resultado la misma figura desproporcionada y grotesca. Enrique Saorín podría haber intentado ser médico y haberse quedado en ATS; o juez y haberse quedado en agente judicial... Y no sería capaz de darse cuenta de lo hermoso que es ser un buen ATS o un cumplidor agente judicial. Ya lo comentaba antes: él necesita culpables que justifiquen su situación actual. Y entiende que los debe castigar de alguna manera: incluso con la escritura, si no puede de otra forma.

10)                      ¿Ha vertido Rubén Castillo alguna fobia, filia, sueño o afán de venganza en Enrique Saorín?

No, qué va, jajaja... He tratado de meterme bajo la piel de un rencoroso, de un engendro, y ver qué salía de ahí. Pero no hay nada mío en Enrique, en ese sentido.

11)          ¿Qué es un rinoceronte ciego?

Para Enrique, los demás son siempre rinocerontes, seres brutales que atacan, embisten, hieren, hacen daño, y de los que conviene protegerse. Podría haber elegido otro animal, pero me acordaba de la célebre pieza de Ionesco y pensé que los rinocerontes podían estar bien. Forma parte del mismo esquema mental que antes mencionaba: todos me odian, todos me agreden; por tanto, tengo que estar a cubierto, agazapado, a la defensiva. Enrique Saorín no se abre jamás ante nadie. Es un molusco. Pero un molusco bilioso lleno de venenos y peligros.

12)                      ¿Sueña Rubén Castillo con ganar el Premio Nadal? ¿Desafiaría a su jurado tal y como lo hace Enrique Saorín al escribir sus memorias?

Sueño con ganar otros premios menos sospechosos de manipulación. En mis años de juventud sí que pensaba que el Nadal podía ser una especie de consagración, o la puerta para publicar en Destino. Ahora veo otros canales más oportunos, y es probable que me vaya decantando hacia ellos... Tengo tres novelas dándome golpes dentro de la cabeza para que las escriba. Pero sé que tengo que ir paso a paso. Por ahora, invertiré el año 2013 en escribir la que más me está dando la lata; y las otras dos que esperen turno.





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