El Conde y sus sombras
Leonardo
Padura se embarca en su novela más ambiciosa hasta el momento, y nuevamente de
la mano de Mario Conde se ha puesto a seguir el rastro de un Rembrandt que pudo
significar el pasaporte para la supervivencia de una familia judía, los
Kaminsky. Es uno de esos casos que al Conde le subyugan, que surgen de las
brumas de la memoria, y esta neblina no es sólo de ayer, sino de setenta años
atrás, de una época convulsa que también salpicó a Cuba, cuando sus autoridades
le negaron, a un barco repleto de judíos que huían de los espectros europeos,
la posibilidad de atracar y desembarcar en la isla.
Elías
Kaminsky, descendiente de aquellos fugitivos devueltos a la muerte, contrata
los servicios del ex policía para destapar algún tufo corrupto, mientras los
años y la soledad provocan ciertas convulsiones en la personalidad del Conde.
Pero Padura además indaga en el carácter de los hebreos cubanos, e incluso de
los europeos, y en la segunda parte de la novela juega al viaje histórico para
hurgar en la vida del maestro holandés y del discípulo que le sirvió como
modelo para el cuadro ahora aparecido.
Tal
vez esa segunda parte sea un poco más extensa de lo deseable, porque la trama
del aprendiz de pintor, hereje y vetado por la Torá, podría haberse resuelto
con unas decenas menos de páginas. Pero por otro lado eso hace que el lector
agarre con más fuerza el nuevo caso de la tercera parte, la desaparición de una
joven emo amiga de la última de los
Kaminsky.
Con
todo, en la novela encontramos la esencia de la narrativa de Padura: el Conde y
Tamara, el grupo de amigos, los libros de viejo, la novela que nunca se
escribe, los trasiegos de ron, el desencanto isleño, el ansia irredenta de
justicia y una desconexión con las nuevas corrientes juveniles cubanas. ¿Quién
es el hereje aquí, el que se esconde del futuro o el que se atreve a
transitar por él?
Herejes. Leonardo Padura.
Tusquets. Barcelona 2013. 516 páginas. 21 euros.
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