El síndrome Stendhal
Hay
quien piensa que la obsesión desmedida por la belleza puede llevar a la perdición,
y si a ese síndrome le sumamos que la belleza la encarne una joven y turbadora universitaria,
capaz de conquistar a su casi cincuentón director de tesis, el conflicto entonces
se agranda hasta límites insospechados. Pero todo puede complicarse aún más,
sobre todo en los casos de Ricardo Blanco, a quien el canario José Luis Correa hace
ya transitar por su octava entrega. La muerte de la joven Paola Bortolucci
lleva a la cárcel a su profesor y amante, un tipo con más sombras que luces, y
a éste a contactar con el detective para que demuestre una inocencia en la que
nadie se ha molestado en creer.
En
esta ocasión es el propio mal quien pide ayuda a un Ricardo Blanco que ya por
fin ha levantado cabeza del todo tras la desaparición de su abuelo Colacho
Arteaga, su única familia. Acogido por su ayudante Inés, por Beatriz, con la
que sigue intentando iniciar un proyecto común de vida, y por el matrimonio
formado por el inspector Gervasio Álvarez y su esposa Susana, Blanco encuentra
al fin un poco de estabilidad, tal vez cuando la edad más se lo estaba pidiendo,
cuando se hace más necesario vencer a la soledad y tener alguien al lado para
comentar el camino transitado, ahora que supera en distancia al que queda por recorrer.
Pero
como no hay nada perfecto, esa serenidad se verá sacudida por el recuerdo de la
universitaria violada y asesinada, que le pone frente a intrigas académicas,
odios amorosos, crisis de madurez, antecedentes de malos tratos, turbios
secretos familiares que provocan extrañas alianzas, y hasta la conciencia de
que, por muchos síndromes de Stendhal o de Lolita que se padezcan, el mal es
mucho más sibilino y retorcido, y nunca nadie parece decir lo que en verdad debería.
Es,
posiblemente, la entrega más reflexiva de Correa, y la que más bandazos le
obliga a dar a Ricardo Blanco, señalado por todo el mundo por defender a quien
carga con todas las papeletas de la culpa, y obligado también a luchar contra
Inés y Beatriz, que se alían en un frente de género atentas a cercenar cualquier
atisbo de errónea solidaridad masculina. Por lo demás, el ritmo típico de
Correa sigue intacto, sus afiladas observaciones y su deambular por la isla siempre
son una delicia, y la forma en la que nos hace llegar al desenlace tiene la
suavidad de una piel adolescente.
Mientras seamos jóvenes. José Luis Correa.
Alba. Barcelona 2015. 228 páginas.
(LA VERDAD, "ABABOL", 3/10/2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario