EL
COLOR DE LA PALABRA
Busca
Jesús Cárdenas la celebración de la vida, ya sea en un arroyo, en el subsuelo,
en la lava primigenia pero también en las gotas de lluvia que salpican los
cristales, y hasta en la soledad, a ratos intuida, a ratos presentida, y esa
celebración de la vida ha de ser privada, porque al instinto hemos de llegar
necesariamente solos, fundidos con nosotros mismos antes de fundirnos con
nuestra propia génesis. Y es que no en vano “somos primera y última cadencia /
piezas dispersas en el latir del mundo”.
Esa
cercanía nos lleva también al abismo, al envés de la vida, a la pequeñez frente
al mundo, a esa inferioridad de la que acaso nos rescate la belleza de uno de
los poemas presentes en el libro.
“En
nuestro lienzo el rojo enajenado sobre el blanco pensamiento”, así se deja paso
al instinto como forma de encarar la vida, instinto e instante son mostrados en
un juego vocálico que nos gobierna porque nos regala, y también nos quita con
la misma celeridad, el recuerdo, el amor, el mar, la existencia.
De
igual modo aparecen en estos poemas el deseo y la noche, reflejados con la
potencia cromática de Jorge Mejías, que enriquece los versos, que le da color a
la palabra con unos trazos firmes y unos tonos que reclaman su lugar en el
cómputo silábico porque los poemas no serían iguales sin estas imágenes que los
sustentan y acompañan (los poemas Deseo,
y Cicatrices, por ejemplo, son una
buena muestra de ese maridaje).
De
la paleta de colores pasamos a la de sensaciones, porque los versos van acogiendo
los estados de un ánimo cambiante como el cielo o el mar, como la tierra que
nos acogerá pero que ahora pisamos, como los espejos rotos entre cuyos añicos
hemos buscado en vano sentimientos guardados pero también perdidos, y es que
“todos los sueños caben en un vaso”, o “bien son promesa de esquivos
esplendores”.
Pero
hay también esperanza, un halo optimista hacia el fluir humano, porque nada
permanece nunca igual, y en esos espejos también radica la vitalidad de lo
inmortal, de lo renovable, de lo nunca igualmente repetido pero siempre eterno.
Como eternos son también los versos de Jesús Cárdenas, tal y como demuestra
cada vez que nos entrega un nuevo poemario.
Raíz olvido. Jesús Cárdenas, Jorge Mejías.
Editorial: MacLein y Parker. Sevilla 2017. 114 páginas.
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