EL
DORADO
Para Ana Selma
¡Qué complejo es esto del cine! Y qué ajetreado, con lo
fácil que tendría que ser rodar la soledad, o el silencio. Pero bueno, al menos
se va a contar todo, y el espectador luego tendrá la oportunidad de conocer mi
historia.
Ha sido una gentileza traerme, dejarme ver todo esto,
todos me tratan con mucho respeto, como si quisieran protegerme para evitar
reabrir viejas heridas. Henri esto, Henri lo otro, me preguntan incluso de más,
porque poco puedo yo aportar a algo que apenas conozco. Lo que sí sabía ya lo
dejé en el libro, y si han llegado hasta aquí imagino que será porque habrán
sabido leerlo bien.
Me han presentado a los actores, también muy amables, ya
caracterizados con los uniformes. El llamado Steve me ha estrechado la mano, el
otro sólo ha inclinado la cabeza en una muda bienvenida. Veremos si son tan
amables cuando se vayan a rodar al trópico. Casi me mareo al ver de nuevo las
franjas descoloridas, no tanto por los colores, que allí apenas había, sino por
la hechura de los uniformes, ahí sí que han sido fieles, la verdad. Por un
momento ha sido como si volviera a llevarlo puesto. Ellos se han dado cuenta y
han regresado a lo suyo.
No termino de entender por qué temen tanto incomodarme,
ya he soportado cosas mucho peores, y la mente fue lo único que nunca lograron
apresar, si no pudieron entonces aquellos diablos que daban nombre a la isla no
van a poder ahora los recuerdos.
Se ha hecho el silencio, van a empezar, los han metido a
los dos en un barracón al que le falta una de las paredes. Casi me da risa la
metáfora. Todo es tensión. El director da una voz e inicia el rodaje. Escucho
las palabras que en su día escribí y me parecen nuevas, como si las mías
hubieran sido orugas que en sus bocas se volvieran mariposas, ¡qué si no! No
podían alcanzar mayor transformación.
Steve y el otro se empeñan, lo hacen bien, son muy
profesionales. Incluso el guardia que llega con la porra es un profesional, se
parece más a los venezolanos de El Dorado que a mis malditos compatriotas. Este
recuerdo me ha dolido un poco más, y aunque sí han llegado a rozar el silencio
de aquel tiempo, creo que mañana no volveré por aquí. No quiero que me
encierren otra vez, ni aunque sea en un rollo de celuloide.
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