ROZAR LO EXTRAORDINARIO
Uno de los atractivos, de los muchos atractivos que ofrece la escritura, amén de la creación de mundos y criaturas, es la posibilidad de jugar con el tiempo, amasarlo y modelarlo a voluntad, y eso es algo que Mónica Rouanet ha practicado ya desde su primera novela (El camino de las luciérnagas) con mucha solvencia y dejando entrever incluso cierto disfrute al llevarlo a la práctica.
Esos saltos temporales, esas alternancias entre el presente y el pasado, como están muy bien medidas y realizadas, lejos de amagar con el extravío del lector, se convierten en uno de los valores más sólidos de la narrativa de esta autora, como ha demostrado una vez más en esta trama, que se mueve entre el inicio de los años noventa y el infausto 2020, justo en el momento en que la pandemia y el confinamiento hicieron presa en todos nosotros.
Pero no solo de flashbacks vive la novela, ha de tener algo más, y ahí es donde el mérito de Mónica Rouanet va creciendo y reafirmándose obra a obra. Ella combina siempre la verdad oficial y la real, lo que fue y lo que ocultan los personajes, y ha hecho de ese doble plano otra de sus señas de identidad, que al mismo tiempo le permite jugar con el lector, si se nos acepta el ejemplo lúdico, para llevarle por un camino que al final resulta ser otro, o un atajo del anterior, y que no deja de sorprendernos.
Esos dos elementos, el tiempo y las verdades, se completan con tramas siempre actuales, siempre atentas a lo social, que han ido desde las venganzas oscuras hasta los trastornos mentales en los adolescentes, o los desvelos de una madre por encontrar a su hijo, sin olvidar los secretos que suelen guardar todas, o casi todas las familias que se precien de ser especiales, al menos en un plano literario.
Crítica social
En este caso, Mónica aborda las agresiones hacia las mujeres, un tema escabroso y que podría volverse una bomba de relojería en manos inexpertas, pero que ella ha enfocado sin ninguna concesión y llamando a las cosas por su nombre, y lo que es aún más importante, reflejando la dura realidad, tanto en la última década del siglo como en los momentos actuales. Lo más demoledor es comprobar que no hemos avanzado tanto como quisiéramos pensar. La agresión que casi le cuesta la vida a Minerva, la protagonista, en 1991, es vista por el mundo policial como un suceso más, como algo “nada importante”, lo cual debe dolernos, como lectores y como personas, porque no hay nada peor que criminalizar o acusar a la víctima de este tipo de ataques.
Esta novela habla de una época en la que no había manadas, ni internet, ni móviles…, ni falta que hacía, porque el universo masculino y patriarcal salía siempre triunfante, machacando incluso a aquellas mujeres que, como la doctora Fuentes y la agente Parrondo, cometían el pecado de lesa sociedad de querer desempeñar un “trabajo de hombres”. Por no hablar de esa frase demoledora: “algo habrá hecho”, con la que intentar justificar una agresión.
Lo psicológico
En ese ambiente, Minerva está a punto de morir a manos de un psicópata cuya situación familiar (madre con ínfulas de libertad y padre pusilánime) le convertirá en un justiciero dotado de una extraordinaria inteligencia, resultado de otro de los méritos de la autora: la habilidad para entrar en la mente humana y llegar hasta sus últimos resquicios.
Complementando la denuncia social de algo que aún sigue sin resolverse (véanse las cifras de las agresiones y asesinatos de género) y las alternancias temporales, nos queda el suspense puro y duro, encarnado en las figuras de dos hombres que han rodeado a Minerva durante estos treinta años que lleva intentando recuperar la memoria de aquel tremebundo ataque que la dejó en coma
El desafío es claro, el lector intuye que uno de los dos fue el autor del crimen, y sigue esperando con fidelidad de amante el momento de acabar uno de esos “autoencargos” que lleva años haciéndose, y que se nos han ido contando de forma paulatina durante el resto de la novela, obligándonos a asistir a unos cuadros tan violentos como milimétricos y de los que este individuo salía siempre impune, siempre triunfante, incluso sonriente. Lo que Mónica sí oculta con extremada brillantez es quién es el verdadero responsable, y eso hace que el atractivo de la novela se mantenga intacto hasta el final, generando en el lector una sensación que roza el agobio, como mandan los cánones del más puro suspense.
Hay quien le ha achacado a la autora un particular manejo de los tópicos y estereotipos, por ejemplo que todas las mujeres que aparecen en la novela sean un paradigma del bien, cosa que, por ejemplo, incumple la propia madre de Minerva, educada a la antigua y aliada del patriarcado más rancio. De igual modo, hay quienes critican que no haya hombres buenos, porque ni el inspector Campos ni el periodista Amaya lo son, puesto que forman un dúo de hipócritas televisivos que oculta su machismo tras unas actitudes impostadas; tampoco Ernesto lo era, ni Fran ni Manuel lo parecen a pesar de las apariencias. Pero lo que no hay en verdad son hombres normales, algo a lo que deberíamos tender todos en nuestra sociedad, y ahí radica otro de los principales mensajes de la novela: la necesidad de buscar la normalidad igualitaria y sin estridencias, ni de un lado ni de otro. Por fortuna, esta novela tampoco es normal, sino que roza lo extraordinario.
‘NADA IMPORTANTE’.
MÓNICA ROUANET
Roca Editorial.
308 páginas.
(LA VERDAD, "ABABOL", 29/10/2022)
No hay comentarios:
Publicar un comentario