miércoles, 25 de febrero de 2009

LA LINTERNA MÁGICA - UN DÍA DE FURIA


UN DÍA DE FURIA

 

 

            En el día más caluroso de Los Ángeles, un tipo normal, de  a pie, encarnado por Michael Douglas, ve cómo rebosa el vaso de su paciencia y la emprende, por una vez, a golpes con el mundo, nada importaban todas las vejaciones que hubiese sufrido antes, sólo importaba su reacción al sacar los pies del tiesto. En un día cualquiera en Euskadi (ya se sabe, explosiones por aquí, amenazas por allá, mentiras por doquier), otro ciudadano, también de a pie, coge una maza y se lía a reventar el local de una de esas tabernas abertzales donde se amamantan los gudaris de la libertad vasca.

 

Que su casa hubiera sido destrozada por una bomba no importa, que viviera sobre una sede del Partido Socialista de Euskadi, tampoco, que su padre hubiera sido concejal en otros tiempos, tampoco, lo verdaderamente execrable es que el hombre se líe la manta a la cabeza y destroce un bar, cuna de idealismo más puro. Con dos cojones, lo siento, pero es la primera expresión que han alumbrado mis tripas. Y lo ha hecho sin pasamontañas, a pecho descubierto, en pleno día y sin esconderse detrás de falsos trampantojos ideológicos, sólo por defender una de las posesiones más atávicas del ser humano: su casa, y por ende, la vida de los suyos.

 

El problema es que se llama Emilio Gutiérrez, y por eso algunos ya le han tildado de fascista, claro, si se hubiese llamado Eneko Fundarizbarrena, otro gallo cantaría, pero no tiene, a simple golpe de libro de familia, el necesario ADN vasco, tal vez incluso sea un maqueto invasor que lleva treinta años allí, queriendo explotar y pisotear a los verdaderos arios. El hombre ni siquiera se resistió a la detención, entre nervios mascullaba que nunca había hecho nada parecido, pero también que le habían destrozado su casa, recién reformada junto a su padre, otro invasor, y ya esposado soltó la frase más lapidaria: “ojo por ojo y diente por diente”, algo que los etarras no han practicado jamás de los jamases.

 

Eso sí, un pacífico viandante que pasaba por allí en el momento de la detención le susurró palabras de ánimo: “ocho años te van a caer”, así, sin más. A los que pusieron la bomba que destrozó la casa de Emilio igual ni los detienen, pero él se verá sometido al peso de la justicia, eso es lo que le  eleva por encima de la canalla de los pasamontañas, los mismos que nunca destrozan las casas de Ibarretxe, Pachi López o Basagoiti, ni siquiera ahora que están en campaña.

 

Y luego llega el objetivísimo e imparcial diario Gara diciendo que hubo mucha gente viéndolo y que nadie intervino, que nadie frenó tamaña afrenta al independentismo, y hasta se permiten culpar a los que minutos antes se manifestaron contra las bombas. Después de llamarle fascista y amenazarle, ellos convocaron otra manifestación en protesta por un acto que ilustra la represión que sufren. Tal vez Emilio Gutiérrez, en vez de irse de Lazkao, debería acudir a la redacción del periódico a disculparse, conozco yo una empresa que alquila bulldozers a precios de auténtica ganga.



martes, 17 de febrero de 2009

CRÍTICAS LITERARIAS - CARE SANTOS


DOS MUNDOS EN UNO

             La capacidad fabuladora de Care Santos ha sido más que probada a lo largo de los títulos que jalonan su carrera, y no sólo en lo referente a la literatura juvenil, sino en la literatura en general, la que se nombra con mayúsculas, la del verdadero arte, la que encandila a los lectores. Y como esa capacidad es algo que se tiene o no se tiene, y a ella desde luego le sobra, no puede prescindir de sus virtudes a la hora de escribir, y lo demuestra una vez más con esta última novela, con sus dos lunas, sus dos mundos y los infinitos puentes que tiende entre ambos.

 

A priori, una novela en la que se salta de nuestra época al siglo XXXI puede hacer rechinar los dientes de la desconfianza, pero Care Santos abre un túnel del tiempo con tal suavidad que el lector no sufre mareo alguno en esos viajes. El mundo está arrasado, la Tierra está gobernada por Nigro Vultur, un tirano que, como todos los de su gremio, alimenta su poder sembrando el miedo y la ignorancia entre sus gobernados. La única esperanza de supervivencia radica en El Clan de las Dos Lunas, una organización milenaria formada por hermanos gemelos que sueñan y presienten los males y se protegen unos a otros defendiendo el bien.

 

El planteamiento atrae por sí solo y, futurismos aparte, no recoge más que un argumento de lo más universal, el conflicto entre el Bien y el Mal. Pero para que el mal no triunfe del todo, nacen dos gemelos, Eilne y Níe, que serán los mensajeros del cambio, y justo antes de su exterminación, su madre los envía al pasado con el fin de que puedan cumplir con su misión. A partir de ahí, la novela es una continua búsqueda, un viaje sin fin en el que cada gemelo trata de encontrar a su hermano, siempre con la ayuda de la organización protectora del bien.

 

Para que ese viaje no se haga monótono sino trepidante, Care Santos perfila un estructura capitular muy ajustada y celérica, dando forma a un universo narrativo que controla en todo momento, como una diosa sedente que lanza y lanza los dados literarios para ir poco a poco atrapando al lector con momentos de peligro, de acción, de intrigas ocultas y enemigos que fingen ser lo que no son.

 


Bajo su ciencia ficción, laten también serios avisos para el planeta, que los jóvenes lectores deben asimilar, porque en sus manos estará impedir que los Nigro Vultur de turno logren triunfar. El destino de nuestro mundo, tal y como lo conocemos, pasa por prestar atención a dos prevenciones de grandísimo peso: nunca abandonar la cultura y el arte, y jamás descuidar el entorno que nos rodea. No en vano los mensajeros son dos jóvenes de doce años, edad en la que se supone que el juicio debe empezar a despertarse del todo.

 

A medida que avanza la novela, va creciendo la emoción y vamos descubriendo datos, también al tiempo que lo hacen los gemelos Eilne y Níe, y llega un punto en el que somos nosotros quienes saltamos en esas refulgentes grietas del tiempo sin miedo, aunque con ansiedad, la que provoca el deseo de conocer la resolución de la trama. Lejos de redactar una novela que se bañe sólo en la ñoñería que algunos autores atribuyen a los lectores jóvenes, Care Santos los trata de tú a tú, adentrándose en su propio mundo, en sus preocupaciones, en sus inquietudes y hasta en su forma de pensar. ¿Quién dijo que los jóvenes no pueden disfrutar de una literatura más profunda? Esta novela lo desmiente, y a poco que sepan leer entre líneas, les advierte, quizá no del camino que deben seguir, pero sí de los caminos dañinos de los que conviene apartarse.

 

“Dos lunas”.

Care Santos.

Montena. 397 páginas



 

 

lunes, 9 de febrero de 2009

LA LINTERNA MÁGICA - LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS


LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS




            Como en aquella pequeña ciudad norteamericana, en la que sólo Kevin McCarthy se daba cuenta de que sus vecinos parecían ser otras personas, al fin tenemos pruebas de que en el Congreso de los Diputados ocurre algo muy muy extraño. La casualidad ha hecho que se hayan descubierto restos humanos en el sótano de la cámara, y todo empieza a tener sentido.

 

            Hay que decirlo ya sin tapujos, nuestros parlamentarios no son ellos mismos, sino réplicas salidas de vainas alienígenas que se han almacenado durante años en el subsuelo del hemiciclo. Aquel “manda huevos” de Trillo, que muchos confundieron con un despiste y un desahogo, no fue, no seamos ahora ingenuos, sino el pistoletazo de salida para que comenzara la invasión, y tantos escaños vacíos como vemos a menudo no son más que la prueba fehaciente de que poco a poco se han ido concretando las sustituciones.

 

            A las pruebas me remito, porque estos clones, además, han resultado ser bastante gamberretes, o votan pulsando los interruptores con los pies, o se sacan de la manga disparatadas proposiciones de ley según los códigos interestelares vigentes. Claro que no todos pudieron ser sustituidos, ¿alguien sabe qué fue de Álvarez Cascos, Julio Anguita o José Borrell?, nada, perdidos en el espacio porque no dieron su brazo a torcer y no se dejaron replicar, escapando a tiempo de las garras de estos fabricantes de vainas. Tampoco hemos sido los primeros, no nos pasemos de orgullosos, en los Estados Unidos hace décadas que practican esta técnica del cambiazo en la Casa Blanca, y vistos los últimos resultados, no es de extrañar que hayan querido evolucionar algo más desde el pasado noviembre.

 

            Aparte de los que se han borrado de la faz pública, hay otros que tampoco han sido copiados, pero sobreviven camaleónicamente en sus asientos de cuero, véanse los casos de Magdalena Álvarez o Pedro Solbes, ¿para que sustituirlos si los originales ya están bastante alejados del globo terráqueo? En cambio, con otros miembros de primerísima fila, nadie podrá negar que los alienígenas han hecho un trabajo fino fino, dejando su sello personal, esas cejas startrekianas del ínclito Zapatero, o sus robóticas alzadas y caídas de antebrazo, o ese siseo cibernético de Rajoy son, sin duda, marca de la casa marciana.

 

Las vainas han desaparecido de los sótanos del Congreso, claro, hablamos de seres dotados de una inteligencia superior, y tan sólo han dejado algunos restos para despistar. Lo que no ha trascendido, según me confirman mis fuentes del servicio de inteligencia, es que sólo se han conservado, medio escondidas, un par de ellas que al parecer tardaban más de la cuenta en eclosionar, en una hay una peluca rubia y cientos de cartones de tabaco, la otra se bambolea sin control de un lado a otro y de su interior salen sin parar murmullos ininteligibles que en los días húmedos se confunden con los sones de flautas gallegas. Pero el éxito del cambio ha sido radical, ¿o alguien pensaba que esa nueva mata de pelo que le ha salido al señor Bono era un progreso médico?






 



martes, 3 de febrero de 2009

LA LINTERNA MÁGICA - GOLFUS DE ROMA


GOLFUS DE ROMA

 

             La Historia tiene unos guiños gamberros, o cuando menos irónicos, dos milenios y pico después descubrimos que la herencia del imperio romano sigue, tan fresca, habitando entre nosotros, para que luego nos hablen los libros de decadencias y caídas varias. En las excavaciones del teatro romano de Cádiz ha saltado la sorpresa, con la inscripción que acusa a Balbo, el promotor de la construcción, de ladrón. Eso son delitos morales sin prescribir y lo demás, cuentos.

 

            Y el mensaje no podía haber aparecido en mejor lugar y en mejor momento, porque conociendo la guasa que atesoran los gaditanos – a ver cuándo esa ciudad pasa a llamarse de una vez Cai, que sería lo suyo -, las chirigotas que se avecinan van a ser de órdago. Ya se han oído voces acerca de los antepasados del Pocero, o de una corrupción urbanística de tradición milenaria, o de lo distinta que sería la inscripción si se hubiera escrito hoy, Balbo con uve, ladrón sin tilde... Y lo que queda.

 

            Aquella loba, al parecer, no sólo amamantó gemelos, también nutrió a zorros de la construcción, cuyos descendientes han llegado a hacerse césares de Marbella o Seseña, o a intrigantes que han legado una adicción febril al puñal traicionero en la comunidad madrileña, con ese espionaje que todavía no tiene Bruto, o Bruta rubia que aseste el golpe definitivo. Y uno que pensaba, ingenuo, que sólo nos habían dejado acueductos y calzadas, y una lengua madre que entre unos y otros están transformando en madrastra fea de tanto como la maltratan. Pero eso sí, lo que no hemos adoptado tan bien como debiéramos ha sido el Derecho Romano, porque si el dichoso Balbo viviera hoy, habría mirado la inscripción con desdén, sabedor de que, fueran cuales fuesen sus desmanes, muy mal se le tendría que poner la cosa para pisar una celda.

 

No hay más que ver cómo les va a los Balbos de hoy, todos esos constructores que ahora tanto se lamentan de la crisis pero han olvidado muy rápido el llenazo pecuniario que experimentaron sus bolsillos hace algunos años. Que se recalifican terrenos a precio de saldo en la Costa del Sol, da igual, que se cae un pabellón en Sant Boi, no pasa nada, como mucho, unos mesecillos de juzgados y arrestos, y a disfrutar después de las cuentas fantasma de las Islas Caimán. Ahí están Julián Muñoz o Juan Antonio Roca, dispuestos a forrarse todavía más en cuanto la diosa de la balanza les quite la venda de encima.

 

Eso sí, luego llegan dos jóvenes gamberros, le roban la pizza a un repartidor – otro ultraje a la herencia romana -, y los encarcelan de inmediato con la amenaza de una pena que va de los dos a los cinco años, vamos, que hay etarras enchironados menos tiempo por alguna explosión que otra. Urge revisar los códigos penales ante esta bacanal de desequilibrios, o ya podemos ir empuñando el spray para que dentro de mil años algún arqueólogo incauto lea nuestras protestas. ¡Qué imperio!, que diría Forgius.