Sentada en su cochecito, una pequeña es paseada por su abuela. Va embutida en numerosas prendas que la protegen del frío. Sobre su regazo, dos barras de pan en una bolsa de plástico. Con sus dedos diminutos aferra una de ellas mientras mordisquea feliz el corrusco tostado. La imagen me conmueve y me insufla optimismo, luego llegará la vida con su abrumadora carga de normas y protocolos, y no habrá ya panes que chupar.
ANTONIO PARRA SANZ (Madrid 1965), profesor de Lengua y Literatura, de Escritura Creativa y crítico literario. Novelas: Ojos de fuego, La mano de Midas (Premio Libro Murciano 2015), Los muertos de las guerras tienen los pies descalzos; Acabo de matar a mi editor, Dos cuarenta y nueve y Entre amigos (Serie Sonia Ruiz 6). Relatos: Desencuentros, El sueño de Tántalo, Polos opuestos, Cuentos suspensivos, Malas artes. Artículos: La linterna mágica, Butaca de patio. Ensayo: Tres heridas.
Que disfrute ahora que puede. Como dices, después vendrá lo duro.
ResponderEliminarImágenes como ésta tienen la virtud de sacarnos la sonrisa al mismo tiempo que un halo de bienestar nos recorre.
Gracias, como siempre, por tus palabras, Isabel.
ResponderEliminarEso no es nada, que al fin y al cabo era pan, alimento susceptible de ser roído y remojado por los niños, incluso sin dientes, porque lo más grande que he visto yo en este terreno ha sido una bebé chupando un salchichón de Lorca, que su buena madre le había pelado hasta un punto aceptable, y eso ocurrió en una gran superficie, doy fe. Lo más grande.
ResponderEliminarPues menos mal que se lo había pelado un poco, a la criatura, pero así se forjan los buenos caracteres, a "bocaos" con una buena salchica de Lorca.
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