Cuesta abajo
Quinta
entrega de este detective sin nombre que tanto popularizase Eduardo Mendoza en
títulos tan señeros como El laberinto de
las aceitunas o El misterio de la
cripta embrujada, y que tantos buenos ratos ha hecho pasar a varias generaciones
de lectores, convirtiéndolos en fieles “mendocistas”. Quinta ocasión en la que
nuestro hombre sale de su retiro frenopático dispuesto a sembrar el caos y una
buena pizca de pánico a la hora de solucionar un nuevo caso, en esta ocasión la
muerte en extrañas circunstancias de una modelo barcelonesa. Por cierto, que alguien
tendrá que explicar algún día el porqué de la expresión “extrañas
circunstancias”, y si hay forma de que alguien se muera en circunstancias
familiares.
Con
el peculiar tono que se convirtiera en seña de identidad de la serie, y que ya se
nos ha hecho tan familiar, este personaje deambula de nuevo por una ciudad que
cada vez le resulta más ajena, una ciudad post-corrupta en la que sobreviven
políticos más allá de la caspa y las comisiones del tres por ciento,
transexuales que dejaron el cuerpo de la Guardia Civil, comisarios zumbones
como el inefable Flores, hermanas que practican la prostitución casi por
empecinamiento, porque la belleza huyó de ellas cuando eran bien pequeñas, e
incluso círculos de grandes hombres, oligarcas catalanes de pura cepa, que
hacían de los secretos económicos y los consejos de administración en la sombra
la mayor de las mafias.
Todo
prometía, la verdad, incluso la extensión, algo mayor que la de entregas
anteriores, y sin embargo la sensación que deja la novela tras su lectura es un
tanto agridulce, como si el personaje hubiera emprendido la inevitable cuesta
abajo del tiempo y la falta de facultades, o como si el propio Mendoza hubiera
completado esta nueva historia casi por compromiso editorial. La trama anda
sobre una cuerda floja, y se vuelve muy lacia hacia la mitad del libro, algo a
lo que contribuye el hecho de que nuestro héroe vuelva al caso varios años
después, un detalle que no termina de encajar del todo con la personalidad a la
que su autor nos tenía acostumbrados.
Aun
así, se deja leer, por supuesto, hablamos de Eduardo Mendoza, y la sátira, los
guiños y los sarcasmos brutales siguen estando presentes, al menos en la
primera parte de la novela. Esperemos que esto sólo haya sido un pequeño borrón
de descanso en las carreras tanto de Mendoza como de su detective sin nombre, porque
ni el padre ni la criatura merecerían terminar así, tibios, extraviados y rozando
de manera un tanto evidente lo descafeinado.
El secreto de la modelo
extraviada. Eduardo Mendoza.
Seix Barral. Barcelona
2015. 318 págs. 18’50
euros.
(LA VERDAD, "ABABOL", 12/12/2015)
Cierto, además de inconexiones temporales, el libro parece tirar más de oficio que de verdadera inquietud.
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