Reseña de La casa de Bernarda Alba
Título: La casa de Bernarda Alba
Autor: Federico García Lorca
Editorial: Cátedra
Año: 2005 (original escrita en 1936)
Páginas: 288
Género: Drama
Sobre el autor
Federico García Lorca (Fuente Vaqueros 1898 – Granada 1936). Poeta y dramaturgo, pasó los primeros años de su infancia en su pequeño pueblo granadino antes de marchar a Granada para estudiar en la Universidad. Allí conoció a Manuel de Falla, personaje que ejerció gran influencia sobre él, transmitiéndole el amor por el folclore y lo popular. Años más tarde, se trasladó a la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde se dedicó con pasión a la música, el dibujo, el teatro y la poesía. Su obra se caracterizó por poseer un lenguaje personal, inconfundible, que residió en la asimilación de elementos y formas populares combinados con audaces metáforas, y con una estilización propia de las formas de poesía pura con que se etiquetó a su generación.
Sinopsis de la obra
Tras la muerte del segundo marido de Bernarda Alba, la casa familiar se va a sumir en un luto de ocho años del que solo se saldrá para el matrimonio de Angustias, la hija mayor, con Pepe el Romano. En medio de un ambiente asfixiante, de cárcel, calor y noches en vela, se van descubriendo otros secretos que guardan algunas de las hermanas Alba, y que amenazan con socavar la autoridad de la inflexible matriarca.
Reseña de La casa de Bernarda Alba
Menos es más
Con esta máxima podríamos haber galardonado la obra de Lorca de haberse escrito y estrenado ahora, y no es una razón exclusivamente literaria, sino más bien llena de connotaciones dramáticas, y que muestran bien a las claras la importancia que le otorgó al simbolismo en este drama, o la desnudez, tanto geográfica como emocional, con la que despojó en todo momento la escena de todo aquello que pudiera resultarle superfluo al espectador.
Un puñado de mujeres, unos sentimientos descontrolados, un encierro, poco más necesitó el autor granadino para armar una de las obras que se ha instalado ya por derecho en la galería de los clásicos de nuestra literatura. Y eso que no hay un tema grandilocuente, ni una ambientación ostentosa, ni siquiera unos personajes de alcurnia, pero en cambio hay alma, a raudales, en cada cuadro, en cada escena, casi diríamos que en cada parlamento, y eso, tratándose del teatro, es oro puro.
Podríamos seguir después deteniéndonos en el lenguaje, popular, sentencioso, lleno de dichos y refranes, vivo, lacerante, a ratos incluso vulgar, un español profundo de la más profunda de las Andalucías, pero brillante al tiempo que lleno de lirismo, incluso para la recriminación (“suavona, yeyo, espejo de tus tías”, llega a decirle Bernarda a una de sus hijas). Imaginemos ahora la conmoción que supondría para el espectador de ciudad, y de ciudad fina, escuchar estos diálogos. El más simple se había retorcido el colmillo pensando “ya está aquí nuestro Federico con las suyas”, pero un público más sensible habría reconocido, a las pocas escenas, sentirse erizado por lo que ese lenguaje ocultaba.
Con todo lo anterior, hablar de tiranías y libertades, o lo que es lo mismo, de Bernarda frente a Adela, habría sido para Lorca como mostrar sus interioridades, tal y como acostumbraba a hacer, y llevarlas en esta obra a unos extremos quizá más avanzados, los que auguraban un nuevo despegue de su carrera teatral, algo que por desgracia ya nunca podríamos comprobar.
Pero hasta esos conflictos, esas ansias de amor y libertad, se dosifican para el espectador tras las palabras, tras tres actos que en sí mismos son otras tres obras teatrales, tras lo que viene del exterior, llámense segadores o Pepe el Romano. Lorca armó un universo en el que esos planetas femeninos orbitan en torno a un sol (Bernarda) que ve tambalearse su imperio cuando Venus (nuestra Adela) le rompe en su rostro la vara del dominio. Lo demás, amor y muerte, hipocresía y envidias, pertenece a la esencia del ser humano, la misma que Federico caló siempre en sus obras con una mano delicada y certera.