sábado, 19 de marzo de 2022

METRÓPOLIS - JURAR EN VANO

 

JURAR EN VANO

Dos dosis bien medidas del mejor bourbon, reposando en aquella mesa de juguete, y otras dos rayas bien densas, como orugas satisfechas, en el pequeño espejo que él ha dejado a su espalda. Ése es el conjunto que le da la bienvenida a aquel pedazo de mujer, a aquella lascivia pura que le ha ido recortando el sueño desde que viera la insatisfacción en sus ojos.

No le ha dado importancia al abrazo lastimero con el que ella le ha saludado, mientras se quitaba su estola de visón dejándola caer en el suelo de aquella roulotte mugrosa. Pero sí se ha quedado flotando entre sus pechos ingrávidos y libres, trotando en aquel mono de lentejuelas con el que ella habrá iluminado aún más media ciudad.

Si tuviera conciencia, se avergonzaría de haberla citado en aquel cuchitril, de no haberle reservado una suite en el Mirage, o en el Bellagio, pero no pueden delatarse, nadie puede saber, nadie puede ver en aquel lugar lleno de lenguas acusadoras. Por eso le ofrece el bourbon buscando un brindis rápido, para no pensar, para no enfrentarse a lo que es el verdadero martirio de aquella visita.

Ella empieza a llorar, a suspirar sus quejas, el espejo acude en su ayuda, los dos inhalan por turnos y por unos momentos el tiempo se detiene, hasta que ella regresa a sus lamentos de esposa desatendida, incluso de mujer amenazada, y él bebe y bebe más para enmascararlo todo, para que la realidad no le destroce la noche.

Ambos saben lo que hacen allí pero él seguirá engañándose porque sólo así conseguirá perderse entre aquellos ojos azules, entre la carne de aquellos labios que ya le han buscado dos veces, tras la excusa del abrazo y la lágrima inconsolable. Y es un pasaporte que él no puede rechazar, así que le jura entre suspiros que le ayudará a recuperar las joyas, que sabe que son suyas y está en su derecho de reclamarlas.

Y sigue jurándole mientras prepara otras cuatro rayas que vuelan del espejo con un vértigo que le marea. Y no deja de jurar mientras ella sorbe sus últimas lágrimas y se pone a la faena de agradecérselo inclinando la cabeza y maniobrando en su bragueta con dedos hábiles. Le juraría todo el amor del universo, el mismo que él sintió desde que se vieran por vez primera. Le juraría todo ahora que Ginger Mckenna cierne la boca sobre su miembro como si con ese gesto se sacudiera de una vez el apellido Rothstein, ahora que él ya no se siente bajito, ni feo, ni gruñón.

Nicky Santoro logra disfrazar de amor hasta la traición que ahora mismo está cometiendo.



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