Escribir con las tripas
Hay
novelas negras teñidas de sofisticación y elegancia, de fríos y especulativos
análisis, de protagonistas que rozan la perfección personal, y hay otras más
viscerales, tan sucias como negras, escritas con el remordimiento de las
tripas, y en las que los valores son zarandeados una y otra vez hasta que se
reorganizan de nuevo en un código particular y antípoda. Claudio Cerdán
pertenece a esta segunda categoría, la que empuña el crimen como la única vía
posible por la que transitar, la que se alimenta de la dureza más áspera, y
aquella en la que encontrar un resquicio de cariño supone una incansable criba
entre mordaces comentarios de barra y continuas sentencias urbanas: ‘Joder, eso es el Bronx. / No, es peor, en
el Bronx hay colegios’
Ya lo hizo en
su entrega anterior, El país de los
ciegos, y de nuevo se adentra en las entrañas alicantinas, las que se
empeñan en desmentir y apagar el brillo de la Costa de la Luz, las que acogen
al inspector Antonio Ramos, un tipo extraviado que verá pasar ante sus narices
el dinero suficiente como para querer cambiar de vida. Y es que su familia le
desprecia, los compañeros le ignoran, y hasta a veces los yonquis tratan de
dársela sin queso. Si a eso le sumamos una inquietante pareja de mafiosos
rusos, los Organov, una mujer que se cree poseída por una secta, la reaparición
del Tuerto Durán y unos extraños crímenes familiares junto a un anciano
‘diógenes’ asesinado con curare, el combinado va alcanzando unos grados que
prometen una monumental resaca.
Hay pocos
policías competentes, forenses amigos, vecinos maltratadores, camareras capaces
de soliviantar al mundo con el swing de sus nalgas, estrellas de cine perdidas
en la vanagloria, paparazzi casposos con ínfulas literarias, y por encima de
ellos el deseo de la venganza cuando ya no queda otra salida, cuando las deudas
le comen terreno a los homenajes de la amistad, y cuando son los muertos los
que cada mañana rellenan los espejos. Esa atmósfera tan particular es típica de
este autor yeclano, que siempre le ofrece al lector un ambiente lleno de
sombras, físicas y narrativas, para recoger la ansiedad y los palos de ciego
que requiere toda investigación.
Claudio
Cerdán ha ido varios pasos más allá con una narración descarnada y vertiginosa,
tienen suerte los editores de que el inspector Ramos sea un personaje ficticio,
porque podría haber liquidado a quien se haya empeñado en confundir en el texto
las ges y las jotas, una novela como ésta no se merece las injusticias
ortográficas que le han propinado. Deberían esmerarse más o…
Cien años de perdón. Claudio Cerdán.
Versátil. Barcelona 2013. 354 páginas.
(LA VERDAD, "ABABOL", 12/10/2013)
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