Sorprende ver los diferentes
comportamientos que se pueden percibir en un cóctel literario, sobre todo si
además de ser literario cuenta también con la presencia de algunos políticos.
A poco que uno se fije, no resulta
difícil discernir a qué grupo entomológico pertenece cada uno de los
asistentes. Hay cigarras de concejalía y nombramiento, de corbata de seda y
sonrisa avizor para la foto, verdaderos catedráticos de las relaciones y
expertos en maquillaje de colmillos retorcidos.
En otro plano están las mariposas,
publicando en editoriales de primera sin saber muy bien qué talla de literato
colocarse, porque todas le vienen grandes al esqueleto de periodista, abogado u
opinador.
Bajando algunos peldaños más en la cadena
letrada, hay abejas que sí pueden llevar con orgullo el epíteto de escritor, y
que van descollando también en editoriales de primera, sin necesidad del oropel
de las mariposas, porque sus credenciales literarias les bastan.
Y por último hay hormigas, apasionadas de
la creación, de la lectura, del disfrute, que trabajan sin descanso para que
abejas y mariposas compartan con ellas sus experiencias, para que les hagan
disfrutar con sus obras.
Van pasando los años y uno creía haber
entrado, aunque de puntillas, en el reino de las abejas, pero en saraos de este
tipo tiendo irremediablemente a sentir una firme solidaridad con las hormigas
más obreras.