¿Puede
la edad exacerbar las manías o ciertas intolerancias? Siempre pensé que el
tiempo atemperaría las tempestades, regalaría paciencia (lo de esperar
sabiduría me parece pretencioso de más) y comprensión hacia todo aquello que
uno no practica. Pero me sorprendo bastante ante ciertas conductas que me sacan
de quicio, como la indigencia estética o indumentaria que parece extenderse en
los últimos años.
El
derecho de cada quien a vestir como le plazca es inalterable, pero también lo
es el de los demás a disfrutar de ciertos cánones estéticos que ahora no sólo
no son respetados, sino que se violentan sin pudor en cada esquina. Ropas
colocadas al desgaire, sin ningún sentido de la elegancia o la combinación,
gentes vestidas como si se hubieran anclado en una pubertad eterna y asesina de
futuro, como un rapero que encuentro, una vez más, en el autobús, tal vez
llegue a los treinta, pero su envoltura lo ha disecado más o menos en la mitad.
Gorra
ladeada y enorme, pantalones culeros (alguien debería contarle que esa moda
viene de las cárceles norteamericanas, y que quienes se bajaban los pantalones
así transmitían un mensaje de disponibilidad sexual), camiseta tres tallas
mayor, zapatillas de marca italiana con el logotipo más grande que la suela,
una cadena uniendo el ombligo y la cartera y, por supuesto, enormes auriculares
de los que escapan los decibelios, que creo debe ser lo que más me molesta. Que
el tipo vaya moviendo la mano como si se hubiera escapado de un vídeo neoyorquino
ya es casi lo de menos.
Suspiro
(y un cuarto de autobús también lo hace) cuando el peter pan de rap se baja, pero no hay tiempo para el alivio, porque
sube una joven con los brazos completamente tatuados, la cara labrada de aceros
y media cabeza rapada. Por suerte ya no soy joven con disposición a enamorarme,
porque me cuesta entender que con semejante aliño se pueda encandilar a alguien
que no profese la misma tribu. ¿Libertad de identidades o esclavitudes de clan?
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