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lunes, 12 de mayo de 2014

DOCE LUNAS - RAQUEL LANSEROS

DOCE LUNAS

RAQUEL LANSEROS
LAS PEQUEÑAS ESPINAS SON PEQUEÑAS


1)     Ha distribuido el poemario en cuatro partes muy diferenciadas, en las que se habla del rocío, las mariposas, la utopía o el pasado. ¿A qué se debe esta estructura?

Mediante estas cuatro partes he querido simbolizar las cuatro primeras décadas de la vida humana. El rocío está presente al amanecer, cuando despunta el día y por tanto se refiere a la infancia. Las mariposas, alegres, hermosas, inquietas, que no cesan de revolotear, simbolizan la adolescencia y sus chispeantes ilusiones. La utopía, tan necesaria, tan amiga de los sueños y del afán de justicia alude por supuesto a la juventud. Y la última parte, “El pasado es prólogo” –tomado de un verso de Shakespeare en La tempestad se refiere a la madurez, esa época en la que todavía quedan muchas cosas por vivir, pero ya hay una experiencia acumulada que sirve de prólogo o introducción.


2)     ¿Qué importancia tiene para usted la palabra “contigo”?
    
“Contigo” es una palabra que me resulta especialmente hermosa por varias razones. En primer lugar, desde el punto de vista etimológico es un bello vestigio del paso del latín al castellano, llevando en su seno esa preposición “cum” (con) repetida “cum-tecum”, dándonos una idea precisa de cómo los hablantes habían ya olvidado el significado primigenio de las palabras latinas. Y en segundo lugar, el significado no puede ser más inclusivo y trascendente, una palabra que se centra en el tú, en el otro, y es emblema de la alteridad, entendida por todas múltiples corrientes filosóficas como el proceso de conversión del yo en el nosotros.


3)     De las tres mujeres que hay en usted, ¿con cuál se queda ahora mismo?

Como señalara la efigie de Tebas, todas las personas tenemos tres edades, -siempre que la salud y la suerte así lo permitan- el niño, el adulto y el viejo. De las tres yo me quedaría con la del medio, la adulta, ni demasiado joven como para no tener experiencia ni demasiado vieja como para que el cuerpo ya se vivencie como una carga. Y justamente coincide con la edad en la que estoy ahora.


4)     “Hay un niño asombrado de rodillas gastadas / dentro de todo hombre que ama a una mujer”, ¿responden estos versos al concepto que Raquel Lanseros tiene del amor?

En líneas generales sí, creo que el amor nos llena siempre de asombro, como un nuevo retoñar que nos retrotrae a la mágica infancia. Por eso alguien enamorado es siempre un niño de algún modo, aunque eso sí, tiene las rodillas gastadas como recuerdo de las inevitables rozaduras que la vida ya ha producido en el adulto que es.


5)     ¿Hasta qué punto están presentes la soledad y la amargura en estos poemas?

Supongo que hasta el mismo punto que están presentes en la propia vida: ni la llenan por completo ni dejan nunca de aparecer en ocasiones.


6)     ¿Y cuánto hay en ellos de las experiencias vitales de su autora? O dicho de otra forma: ¿arrastra Raquel Lanseros un equipaje existencial voluminoso?

Es difícil juzgar el equipaje existencial propio, pero supongo que puedo decir aquello tan hermoso de Neruda: “confieso que he vivido”, dentro de mi edad y posibilidades. He sido siempre una persona bastante inquieta y he intentado no volverle nunca el rostro a la vida por cobardía. Cuando he sentido la necesidad imperiosa de recorrer un camino, me he sobrepuesto al miedo y lo he hecho, lo cual no significa que no haya tenido mi buena ración de “pequeñas espinas” en el intento. Algo de todo eso ha de traslucirse por fuerza en mis poemas.
 

7)     ¿Hay en esta obra poemas más líricos o intimistas, o en cambio predomina un poco el verso narrativo?

Yo creo que el libro es una mezcla de ambas cosas, en diferentes dosis, pero salvaguardando como tono general esa ambivalencia o heterogeneidad.


8)     El poema ‘Aritmética’ transmite un aire muy lúdico, ¿le gusta el juego en su poesía?

Me gusta el juego en la poesía y en la vida, sí, siempre y cuando trate de hacerse con inteligencia y evite la frivolidad o la banalización.


9)     ¿Cuáles son sus deudas poéticas, a quiénes no puede dejar de leer?

Son tantos que es imposible nombrarlos a todos. Todo aquel que escribe versos es sin duda un gran lector de poesía. Hace falta leer constantemente para escribir poesía. En mi infancia me influyeron de modo decisivo Antonio Machado, García Lorca, Pablo Neruda, Juan Ramón Jiménez. Ahora podría citar cientos de nombres, por ejemplo Emily Dickinson, Vallejo, Miguel Hernández, Claudio Rodríguez, Octavio Paz, Jaime Sabines, Idea Vilariño, Prévert, Robert Frost y tantísimos otros.


10) ¿Qué ha cambiado entre lo que esperaba de la poesía cuando empezó y lo que ella le ha dado hasta ahora?

La poesía me ha dado muchísimas cosas, tengo una inmensa deuda de gratitud para con ella, que espero saldar continuando en mi empeño de servirla. Hay personas extraordinarias, lugares maravillosos, sensaciones inigualables que nunca hubiera podido conocer o sentir sin la poesía. Es generosa y benefactora siempre que no detecte mezquindad o cortoplacismo en la entrega.


11) El verso que cierra el libro: “No hay verdad más profunda que la vida”, ¿encierra una declaración de intenciones sobre lo que ha de venir en obras futuras?

No puedo estar segura ahora mismo de qué vendrá en obras futuras, puesto que primero necesito vivir para contarlo. De lo que sí estoy segura es de que, aun amando como amo la poesía, la vida está por encima de cualquier cosa, lo cual no deja de ser una luminosa obviedad.


12) ¿Cómo convencería a un lector desconocido para que se acercara hasta sus versos?


Podría quizá parafrasear para él o para ella los versos de Marina Tsvietáieva con los cuales arranca mi libro: “A ti, que nacerás dentro de un siglo, / cuando de respirar yo haya dejado, / de las entrañas mismas de un condenado a muerte, /con mi mano te escribo.”



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