El mundo de Mejías
Hay
narradores osados, a veces demasiado, que se lanzan al ruedo de la novela negra
como niños traviesos, sin reparar ni en los riesgos ni en las consecuencias, y
luego se encuentran perdidos en una selva que suele propinar algún que otro
golpe bajo. Luego están los autores pacientes, los que antes de salir a pisar
los adoquines del misterio se han detenido a conocer bien el paño, a beberse
todo lo bebible, a escuchar los vinilos más clásicos y a verse todo el cine de
los cuarenta y los cincuenta. En este grupo hay que englobar, o casi hacer que
lo lidere, a Santiago Álvarez, que acaba de regalarnos el primer caso de
Mejías, un detective al que va a resultar muy difícil clasificar.
Tiene
la novela todo el sabor de esas películas antiguas, de ese Bogart que surgía entre
columnas de humo, de esos ambientes turbios en los que podía aparecer el matón
más tosco e incluso el villano más refinado. Pero todo ello está aquí, en
Valencia, en una ciudad llena de sol pero sacudida por las habituales lacras de
nuestro tiempo, conspiraciones, corruptelas, abusos inmobiliarios y grandes
familias dominándolo todo. En este mundo se mueve Mejías, con una filosofía de
vida difícil de tolerar, acostumbrado a sobrevivir en soledad, salvando la
compañía de sus discos, sus vídeos VHS y sus buenas dosis de Laphroaig, con las
que amenaza con esquilmar las existencias de media Escocia.
¿Quién
podría hoy acercarse a un tipo así, a un tipo que además se enfunda, nada menos
que en Valencia, una eterna gabardina con la que rendir homenaje al más señero
de los detectives del celuloide? En la ficción siempre hay una mujer que
encargue un caso, en la lectura nosotros nos alegramos de que eso ocurra,
porque así podemos ver a Mejías en toda su salsa, con su socarronería, sus
reglas, sus silencios, sus ternuras, su manera de dar la cara para que se la
partan alguna que otra vez. En definitiva, para ver la creación de un autor que
conoce los mimbres negros como si le hubieran destetado con ellos, y que los ha
utilizado no sólo para recrearse en el género, sino también para que no
olvidemos lo necesario que resulta ajustar cuentas con el pasado, sobre todo si
se quiere seguir caminando hacia el futuro.
Y
como colofón, demostrando ese altísimo conocimiento, Santiago Álvarez nos
regala el personaje de Berta Valero, joven becaria que se empeña en trabajar
con Mejías y que es el contrapunto más que necesario para que este hijo
mediterráneo de Marlowe sea capaz de poner los pies sobre el mundo actual, en
lugar de pretender resolver los casos desde el siglo pasado. La trama salpica a
grandes nombres de Valencia, que también se convierte en un personaje, porque,
como debe ser, la ciudad tiene que ofrecer tanto su mejor cara como sus
entrañas más sanguinolentas, para darle así a la novela el aire perfecto y que
el lector del género pueda frotarse las manos no sólo con su lectura, sino
pensando ya en lo que habrá de venir después. Mejías llega para quedarse.
La ciudad de la memoria; Santiago Álvarez
Almuzara, Córdoba 2015. 396 páginas.
(Revista Letras de Parnaso, Núm. 31, Abril 2015)
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