Si Alicia fuera Enrique
Retorcer
la realidad como si fuera el regaliz en la mano de un niño despistado, hacer
que cualquier persona camine cabeza abajo. Poco más o menos así se podría
resumir lo que ha hecho Rubén Castillo en esta nueva novela, con su sosiego
habitual, con esa prosa mimada y ese lenguaje que no sólo domina, sino que forma
parte ya de su propia alma. Así se ha empeñado en hacernos dudar acerca de lo
que vemos, de lo que vivimos, incluso de lo que podemos sentir.
Enrique,
o Julio, da igual quién ya desde el primer tercio de la novela, asiste incrédulo
al derrumbamiento de su existencia, porque todo lo que conoce deja de
pertenecerle. El objetivo, y su autor lo sabe como nadie, es retorcer también
la conciencia del lector, avisarle de que es posible que nuestra placidez
existencial pueda verse alguna vez truncada por un destino que suele ser el más
gamberro de los dioses que vigilan nuestro paso por la vida. Hay dudas,
evidentemente, y un proceso progresivo al que asistimos y en el que casi
participamos, con sus fases de negación, incredulidad, búsqueda de posibles
causas, presunción de una broma pesada, e incluso la puerta entreabierta a la
locura.
Lo
mejor es precisamente la delicadeza que Rubén le imprime al proceso, delicadeza
o exhaustividad, porque no deja que su personaje se salte un solo paso, y de
esa forma logra que nosotros mismos caigamos también presa de la inquietud y el
desasosiego, hasta el punto de que hay ocasiones en las que, al cerrar el
libro, no tenemos más remedio que mirar a nuestro alrededor para constatar que
realmente somos quienes somos, o al menos quienes creemos ser. Porque ha
dinamitado aquella famosa frase de don Quijote: ‘yo sé quién soy’. ¿Estamos
seguros de eso?
Por
supuesto, el tema del otro no es un hallazgo literario, grandes autores, alguno
incluso de cabecera del propio Rubén Castillo, lo han cultivado antes.
Entonces, ¿por qué leer esta novela, dónde está su mérito? Ni más ni menos que
en la sencillez y naturalidad con la que su autor aborda un tema tan demoledor,
algo que requiere mimbres de gran narrador, y de buen conocedor de la
naturaleza humana, un mérito que hay que saber complementar también con un
lenguaje digno de la mejor literatura, y hasta con una guinda necesaria, la de
un final que, aunque suene a tópico, no dejará indiferente a ningún lector,
siempre que Enrique o Julio no decidan cruzar de nuevo el espejo de Alicia.
Anillo de Moebius. Rubén Castillo.
Sloper. Palma de
Mallorca 2014. 187 páginas. 15 euros.
(LA VERDAD, "ABABOL", 1/11/2014)
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