N’IMPORTE
QUOI
Para Isabel Parra Sanz
El heredero maneja el timón con displicencia. Tantos
inviernos en Florida al final han merecido la pena. Mamá ya no podrá echarle en
cara esas pérdidas de tiempo y el despilfarro del patrimonio familiar. Esta vez
va en serio, esta vez no se trata de ningún capricho, esta vez está dispuesto a
jugar fuerte y a comprometerse de verdad.
Esto no es un consejo de administración, ni siquiera una
opa con la que asaltar Wall Street, esto es un tango lleno de vértigo, varias cenas
a la luz de la luna, un clavel entre aquellas manos fuertes, esto es la
demostración palpable de que las coristas a veces sí traen cosas buenas, como
esa música celestial que los dedos de ella le arrancan al contrabajo. Aquí no
hay mentiras ni estrategias comerciales, sólo el pecho que se le hincha cada
vez que se ven.
Se acabó eso de quedarse sentado en la entrada del hotel,
junto a los demás, como una exposición de fósiles, aguardando a que el desfile
de jovencitas les pusiera los dientes largos. Se acabó acceder a pagar cenas y
más cenas en las que el tema de conversación iba del último divorcio a la
cuenta de resultados. Se acabaron los préstamos para el hermano o el primo
necesitado de salir de un apuro. Todo eso quedó atrás, toda esa falsedad a cambio
de una triste caricia o el fugaz roce del carmín que nunca iba más allá de la
mejilla, se acabaron los autoengaños.
La noche se retira, perezosa, y el heredero no deja de
sonreír, no le importa que tras ellos haya otra pareja regalándose todos los arrumacos
del mundo, si él pudiera soltaría el volante de la lancha y haría exactamente
lo mismo, pero el yate les aguarda mientras deja que le bañen los primeros
rayos del sol.
Daphne está inquieta, la pobre, y muestra sus recelos
ante el compromiso que él acaba de lanzarle, es tan dulce con esos miedos que
él va derribándolos uno a uno, apenas sin esfuerzo. No importarán ahora ni el
pasado, ni la ausencia de hijos, ni el más que seguro veto de mamá, en esos
momentos en los que rompe el alba no importa nada, ni siquiera que el cabello
de su amada sea postizo o que tenga alguna otra sorpresa escondida. Osgood
Fielding III navega feliz camino del horizonte del amor, y su sonrisa le dice
al mundo que la perfección no existe y ni puñetera falta que hace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario