VERDE
BOTELLA
Para Amalia
No sabes si el color será el más adecuado, una viuda
debería ser más recatada, pero a fin de cuentas casi no eres ni viuda, apenas
te duró un suspiro el matrimonio. Te duelen las manos al coser, el terciopelo
es una tela demasiado fuerte, demasiado rígida, pero te encanta su apresto. No
sabes nada de mujeres empresarias que no llegarás a conocer, y nadie te ha
hablado de empoderamiento, bastante tienes tú con sobrevivir.
Soplas las yemas para que la aguja no te maltrate tanto,
y maldices las heridas como si fueran de guerra, esas mismas guerras a las que
las mujeres no vais, las que no provocáis. La misma guerra que le tiene a él
encarcelado, aunque no estás segura de que esté precisamente sufriendo mucho.
Te tragas el orgullo del sur con cada puntada, con cada
dobladillo, con cada jaretón, y lamentas lo que podrías haber hecho con mejores
telas, pero él tampoco está en condiciones de apreciarlo, o de exigir mucho, ya
no estaréis en aquel baile en el que te atrapó con su descaro. Ojalá te
resultara ahora tan fácil como entonces darle color a esas mejillas
desnutridas, que ya no se ruborizan ni con los pellizcos, porque el hambre no
sabe de recuerdos.
Das la última puntada y apagas la vela, quieres dormir
pero no puedes, ensayas de nuevo tu discurso y te engañas pensando que es sólo
por el dinero, por la familia, por las tierras…, hasta que evocas de nuevo sus
hoyuelos y sus ojos pícaros, y se te escapa una sonrisa.
Pero mañana no, no vas a sonreír, sólo firmeza y
determinación, la misma con la que le has enseñado al mundo que no hay penurias
que puedan con una mujer capaz de hacerse semejante vestido con unas viejas
cortinas.
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