EL
CALLEJÓN
Odio el agua, lo saben todos, y más cuando cae de esta forma tan desaforada, que no permite encontrar un refugio adecuado. Por eso quiero que me saquen de una vez de aquí, de este sórdido callejón, porque ellos creerán que no pero empiezo a sentir frío, y ni soy tan fuerte ni tan independiente como suponían.
Me gustaría tanto volver al calor del hogar, al humo del
tabaco, a los vaivenes de la música, a las perlas extraviadas del caviar, a los
martinis, a las aglomeraciones, a las voces de aquel japonés colérico, a los
sueños truncados de algún escritor, a los encantos de algún morenazo brasileño,
y si me apuran mucho, hasta quiero volver al vapor de la ducha, aunque tampoco
sea lo que más me priva en el mundo.
No dejan de hablar de cárceles y jaulas, sabrán estos dos
lo que es una jaula, y pasarse la vida encerrado en una, a poco que me dejen se
lo voy a explicar, a ella y a él, a ella por inconsistente y a él por iluso,
tantas historias por contar y aún no sabe cómo arrancarse a contarlas.
Y luego se quejará por desayunar bollos y cafés mirando
por un escaparate, cómo se nota que no llevan toda la vida contemplando el
mundo a través de los cristales. Si se pararan de vez en cuando a valorar lo
que de verdad importa no tendrían tantas dudas, ni me estarían ahogando como lo
hacen.
Menuda manía han cogido con hablar de pertenencias y
servidumbres, como si la soledad lo pudiera solucionar todo, como si no les
hiciera falta el contacto, quieren pensar que son libres solos y ni siquiera yo
lo soy. Espero que no tarden mucho en darse cuenta, otro beso más y me aplastan
la cabeza. Otro beso más y el taxi se va a marchar, y entonces sí que me tocará
sacar las uñas y poner las cosas en su sitio.
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