CAMPAÑA
Soupe’s life. The great soupe. Wonderfull soupe… Todas las propuestas terminan en el mismo lugar, la papelera. No hay ideas y la campaña corre el riesgo de irse al garete. El padre de Peggy, el incombustible señor Grant, ya le dijo que dejaba en sus manos el destino de la mejor agencia de todo Portland, como si eso conjurara todas las carencias.
Desesperado, enciende un cigarrillo y se acoda en el
alféizar de la ventana, mirando hastiado el ir y venir de aquella mediocre
ciudad, preguntándose dónde se quedó la fiebre que antes le llevaba a la calle
en busca del mejor rastro, de la mejor noticia.
En ningún momento se imaginó que acabaría echando de
menos Chicago, la vida con Peggy era una cosa, una delicia en toda regla, pero
aquel trabajo era una tortura. Se vuelve hacia el escritorio y coge uno de los
botes de sopa Saunders, el maravilloso cliente que su suegro le había
endilgado, con un diseño sospechosamente parecido al de aquella otra sopa que
triunfaba en el país. Hamletiano, mira el bote por un lado y por otro sonriendo
al pensar que no habría artista alguno capaz de inmortalizar ese mejunje, como
ya estaba ocurriendo con aquel con el que supuestamente pretendía competir.
Un nuevo cigarrillo y un nuevo suspiro, otras tres
cuartillas arrugadas camino del fracaso. Por la esquina oeste ve a un chaval
voceando y repartiendo periódicos y la nostalgia le hace sonreír, hasta incluso
se huele los dedos en busca de aquella tinta que corría por sus venas, tal y
como afirmaban a veces los chicos del mundillo.
En mañanas como aquélla, daría algún que otro año de su
vida por escuchar ladrar de nuevo al viejo Walter Burns, se echaría a la calle
dispuesto a relatar alguna ejecución, a buscar a algún alcalde corrupto,
incluso a alguien a quien liquidar con tal de poder escribir la exclusiva, con
tal de poder llenar de nuevo una portada del Examiner.
- Señor Jhonson, el señor Grant al teléfono.
Hildy suspira y se enciende un nuevo cigarrillo antes de
descolgar.
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