ODISEAS PARTICULARES
Al leer estos versos se tiende a pensar que acordarse de cosas perdidas, paisajes perdidos o tierras perdidas es un privilegio de los exiliados, porque “siempre hay un calendario de carnicería, con un santo, o de un taller, con una mujer desnuda”, que a su manera nos recuerdan lo que vimos otrora, y que nos señalan que lo importante a veces es la estética del propio viaje, la erótica de los kilómetros por recorrer, el olor, el ruido o el sabor en la boca de un chicle verde que sabe a gasóleo.
Esos viajes están llenos de cajas de zapatos vacías, piscinas vacías como los restos de los banquetes del tiempo, unas cajas en las que “guardar el tiempo, no los sitios, y guardarlo hasta que todos los hombres sean felices”. Contemplar el rayo verde del viaje depende de una pizca de suerte aliñada con voluntad de fábrica, pero también con la voluntad de saber elegir el momento, o la piedra en la que sentarse a observar, e incluso el ángulo de nuestra mirada.
Antonio Gómez Ribelles se acuerda de los guiños que nos han acompañado en el viaje, como el padre, ya arrodillado en la arena fabricándonos un volcán, ya en el espejo del baño para que nos reconozcamos en sus rasgos; pero también nos habla del hijo que primero tiende la mano al progenitor y al final será el que le lleve sobre sus espaldas. Esos Laertes y Telémaco, Anquises y Ascanio, sin los que los Odiseo y Eneas que ahora somos nosotros tengamos que variar ni un ápice nuestra ruta universal.
Y luego llegarán los paisajes renacidos, las geografías remozadas, las rocas comidas por el mar tras las que amanecen playas de arenas memorizadas por la Historia, blancas hasta refulgir generando incluso una pizca de terror ante la posibilidad sedentaria y silenciosa de haber alcanzado la meta antes de tiempo. Hay que “acordarse de medir el tiempo en las conchas vacías de las caracolas”, y hay que desconfiar del banquete con el que se celebran los retornos, el que nos abruma con ágapes y recuerdos de oro mientras nos hurta el manto necesario para poder, en caso necesario, reemprender el viaje.
Gómez Ribelles hace una particular singladura por el mundo clásico y el temporal, y le otorga mayor importancia al propio viaje, al menos hasta que nuestra Ítaca nos recupere, con su Penélope y un Telémaco que venga los domingos a comer, y algún porquero que otro con el que libar un buen vino. Una patria con sus relojes guardando en sus saetas los recuerdos de las viejas y presentidas hazañas, las que terminan por convertirnos en ese Laertes que, de repente, somos.
‘EL CASTIGO DEL EXILIADO’. Antonio Gómez Ribelles.
La Nube de Piedra. Murcia 2023.
72 páginas. Precio: 11 €
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