ZUMO
DE LIMÓN
Alicia mira la botella con tanta prevención como deseo, se siente sola. A pesar de las preocupaciones de los demás para que se recupere del todo, ha empezado a sentirse abandonada. Y es entonces cuando vierte los seis centilitros de ginebra en la coctelera, al menos el sonido del líquido al caer le hace algo de compañía.
Mira de reojo el retrato de su padre, al que arrastraron
por el lodo, y cree que ya es tarde para intentar limpiar el apellido Huber.
Tampoco se detiene ahora a valorar qué viejas conexiones ha despertado en su
memoria el aroma de enebro, tan solo aprieta el limón hasta derramar su
amargura con un chorro translúcido, tanto como el aire de aquella terraza en
Brasil, cuando los besos eran casi eternos.
Todo se puede paliar, el azúcar hará su labor, aunque sólo sea media cucharilla. A lo que no tiene acceso es a la suavidad de la clara de huevo, como tampoco hay manera de dulcificar la ausencia que Devlin le ha dejado en los últimos días.
Él sí ha podido volver a trabajar, volver a salvar la democracia, sin preocuparse de cómo se queda ella en aquel piso extraño que ninguno de los dos ha terminado de hacer suyo todavía. Los nueve centilitros de soda espumean en la coctelera, agitándose con una alegría importada, con la misma celeridad con la que a ella le mecieron en el pasado otros modales exquisitos.
Prescinde de la guinda y vierte el contenido en la copa,
contemplando cómo baña el hielo picado. Sabe que no debería volver a beber pero
la mañana ha avanzado con crueldad y ya es el tercer gin fizz que se ha
preparado.
Sin dejar de observar el magnetismo de la baquelita del
teléfono aguarda, pero sus labios se adelantan y se posan en el frío eléctrico
de la copa. Apura la mitad de ella y consiente en que el embrujo del alcohol
termine de colonizar su consciencia. Sin querer ha vuelto a las brumas de
aquella otra casa, a escuchar cómo Álex Sebastian le susurraba al oído que todo
estaba bien, que no pasaba nada.
Una voz que reverbera desde la copa y que ella hubiera
preferido no resucitar.
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