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miércoles, 24 de junio de 2020

METRÓPOLIS - COLOCADO, NO GANADOR



COLOCADO, NO GANADOR

     - Vamos, Lonnegan, que se te escapa uno.

    Doyle arrastra su pierna y acelera el paso, sin terminar de dar saltitos, porque no se puede caminar como una bailarina cuando le vas a romper los dedos a un carterista.

   Arlington bulle en este domingo de primavera, en el que hasta el viento le ha dado un respiro a la ciudad, y por las ventanillas de apuestas florece todo tipo de fauna, desde el fisgón que sobetea un programa para sacarle unos dólares al incauto ricachón, hasta el que hace del descuido un modo de vida.

    Su presa no le ha visto, y si le ha visto no repara en él, eso le ocurre ahora, que nadie repara en que un cojo pueda representar peligro alguno. En otros tiempos aquel caminar infundía más que respeto, destilaba miedo, y no hacía falta acelerar el paso, solo con su presencia se arreglaban las cosas. Y si no, para eso estaban los muchachos, para permitir que Chicago siguiera siendo su ciudad.

    El carterista se encamina a los servicios y ahí comete su error fatal. Doyle se toma su tiempo, debe de ser un novato porque únicamente a un principiante se le ocurre meterse a contar el dinero antes de salir del hipódromo.

    Ya no hay prisa, ahora vendrá lo de siempre, recuperar la cartera y llevarla a objetos perdidos para que la megafonía atraiga a un dueño aliviado que no lo estará tanto cuando vea que los billetes han volado. Churchill le tiene para eso, y hace la vista gorda a cambio de que se corra la voz de que en su hipódromo no se roba, y de que allí solo estafa él.

    Ese tipo años atrás no le hubiera llegado a la suela del zapato, ni al del calzo, pero ahora todo se está desvirtuando, y él tiene que hacer lo que tiene que hacer. Cuando te quitan el nombre y el poder no queda sino sobrevivir, aunque no haya dejado un solo día de recordar aquel cuchitril en el que Gondorff le dio el golpe de gracia.

    Después de aquello todo fue cuesta abajo, desde Nueva York le llegó la sentencia y su nombre dejó de abrir puertas, hasta que solo le quedó el refugio de Arlington. Quisiera pensar en volver, ya lo hizo antes, pero entonces era más joven, y no se pasaba noches en vela evocando al dichoso Kelly, tan rubio, tan guapo y con aquella encantadora sonrisa que tanto le perturbó.

  Hay debilidades que uno no puede volver a tolerar, masculla entre dientes mientras empuja las puertas batientes del servicio.


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