EL
REGALO
Para Antonio Sambrana
A Hélène hace tiempo que ya no la miran en el pueblo por
fumar en la calle. Cuando llegó de la ciudad sí, no le quitaban el ojo de la
censura de encima. La maestra fumando, ¡dónde se había visto aquello! El tiempo
hace costumbre de lo extraordinario y eso ayuda a que esta tarde nadie perciba
su inquietud, mientras aguarda nerviosa a la puerta de la escuela, girando
entre sus dedos aquel objeto delator.
Fue el pequeño Pierre quien se lo dio, lo encontró al pie
de aquel árbol y allí se desató de nuevo el infierno, cuando ella levantó la
vista y se encontró con el cadáver de aquella mujer, la segunda que moría
asesinada, porque ya no había duda aluna, tenían entre ellos a un criminal.
Se lo quitó de las manos al pequeño y palideció, porque
apenas tardó unos segundos en reconocerlo, evocando en el mismo instante la
tarde que fue a comprarlo donde el señor Gallimard, con la ilusión del regalo,
con la esperanza de estrechar unos lazos que las noches anteriores las
pesadillas de Popaul habían amenazado con romper.
Los recuerdos de Argelia e Indochina se clavaron en su
conciencia como si ella misma los hubiera vivido, y sólo pudo abrazarle
mientras convulsionaba entre fríos sudores. Nadie le preguntó por aquellos
tiempos cuando él volvió para hacerse cargo del negocio familiar, le siguieron
comprando la carne como antes se la compraron al padre, sin alterar más el
orden natural de las cosas. El mismo orden que aquel objeto había hecho ahora
saltar por los aires.
Va cayendo la tarde y ella sigue aguardando, como el
náufrago que en su día abandonó su mundo urbano para entregarse al salvavidas
de aquella pequeña escuela. En el fondo los dos son supervivientes en un océano
de calma que ahora se muestra tan engañoso, desde que aquel niño le tendiera la
mano para entregarle aquel encendedor, el mismo que ella le regaló.
Hélène da pequeños pasos, a un lado y a otro de la
entrada de la escuela. Desea verle casi tanto como que no aparezca. Esas dos
mujeres muertas se balancean ahora sobre su conciencia, sobre lo que quiere y
no quiere conocer. Popaul dobla la esquina y se dirige hacia ella, en unos
momentos ya no habrá velos para ninguno de ellos. Él camina con las manos en
los bolsillos y ella no acaba de saber en cuál de los dos guardará la navaja.
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