EL
CRISTAL
Iba triste, ella se ha empeñado en disimularlo pero iba
triste, no se me ha escapado después de tanto tiempo, al final uno termina por
tener hasta instinto maternal, qué remedio. Esta vez era diferente de aquella
otra, cuando la sola mención de París le arrancaba un brillo en la mirada,
ahora no, ahora le hacía bajar los ojos, pero era lo mejor para ella.
Después de todo lo que ha pasado era la mejor solución,
hoy no he querido repetirle aquello de que la vida tiene asientos delanteros y
traseros, y que hay un cristal que los separa. Creo que ahora lo ha entendido
de golpe, la pobre, que es la peor manera de entender las cosas, pero a veces
la más efectiva.
La culpa ha sido también un poco mía, por alimentar sus
deseos, los padres casi nunca acertamos al planear el destino de los hijos, y
aunque volvió de Francia siendo una cocinera estupenda, había algo que ni los
mejores fogones fueron capaces de quemar.
Y eso que ella me juró que se había curado, pero el amor
no se cura, eso no se lo expliqué, eso lo habría hecho mucho mejor su madre, y
yo no me atreví. Me cegó su felicidad, su alegría, aquella energía que tanto
había echado de menos, todo lo tapaba entonces y no pude ver a tiempo lo que
estaba a punto de devorarnos.
Pero luego me sorprendió una vez más, con esa
determinación tan ciega que a veces tenemos los Fairchild, porque parecía
manejar la situación, parecía que tenía al señorito David donde ella quería.
Hasta pensé que sería posible romper los cristales, cuando Linus la invitó a salir,
romperlo o hacer sólo una rajita por la que pudiera entrar un soplo de aire
nuevo. Qué ciego estuve una vez más.
Bueno, ya estará poniendo un océano de por medio. Me va a
doler no verla pero a cambio me aseguro de que no la dañen más, esto era
demasiado para ella, esto es demasiado para los que no somos como ellos.
- Thomas, por favor, lléveme al puerto lo antes posible.
No me ha dado tiempo casi ni a llegar, sé lo que él
quiere y en cambio no sé cómo pedirle que la trate bien, que por favor esta vez
la traten bien todos.
- Como usted diga, señor Larrabee.
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