BOLA
DE NIEVE
Toda la vida perdida entre esta nube de excesos artísticos
para terminar rodando de una mano muerta. Toda la vida como un complemento más
de esta aberración arquitectónica que él se empeñó en llamar Xanadú, como si
así convocase a todo un paraíso artificial. Toda la vida siendo contemplada
como un simple juguete en el que la nieve de mentira hacía el milagro de traer
a su memoria tiempos pasados, pero desde luego no mucho más felices.
Toda la vida agradecida de que él me encontrara en aquel
pequeño mercado de Venecia, de que se hubiera ido tan lejos para conseguir
fijarse en algo tan pequeño como yo, que empequeñecí todavía más cuando me
trajo aquí, en la incomodidad peligrosa de un bolsillo mientras todas estas enormes figuras viajaban en un barco, a salvo entre ostentosos embalajes.
Toda la vida, al menos la nueva vida, alojada en su
mesilla de noche, contemplado el vacío de su alcoba y las iniciales casi
vírgenes de su almohada: CFK. Toda esta otra vida esperando que regresara,
acompañado o no, y que me dedicara algunos minutos en su mano, mientras la otra
sostenía un vaso ambarino que se iba vaciando hasta que el sol amenazaba con
salir.
Toda la vida ocultando, tras la nevada, aquel pequeño
objeto junto a la entrada de esa minúscula cabaña, sin que él tuviera que
buscar letra alguna porque la tenía permanentemente en la cabeza y en la boca.
Y de repente otra nueva vida aquí, en el suelo,
acumulando polvo, acunando entre mis vidrios su última palabra, la misma que
escapó de la prisión de aquella sábana postrera con la que su enfermera le
vistió por última vez.
Sólo yo sé lo que dijo, sólo yo puedo guardar ese rosebud entre mis copos de nieve falsos,
esperando ya con eterna paciencia a que llegue la mano que sepa arrancármelo.
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