EXEQUIAS
Lynn nunca ha sabido por qué han de doblar la bandera en
un triángulo, si es para ahorrar espacio o para que la liturgia dure lo que la
solemnidad requiere. Con la primera brisa ha sentido un escalofrío que Bud
también ha percibido, respondiéndole con un cariñoso apretón en el brazo.
Ninguno de los dos se fija en la mujer que recibe el
triángulo de tela, no sabrían decir si hay belleza o fealdad en un rostro que
parece un tanto inexpresivo, a diferencia de las dos jóvenes caras que le
flanquean, una mujer pelirroja que sí enjuga lágrimas y un joven tan delgado
como su padre, tal como si le hubieran sacado de un molde del hombre que antaño
conocieron.
Lynn está cansada, ha venido conduciendo desde Arizona y
el cuerpo se le ha revuelto con cada kilómetro, como si cada rodada fuera un
golpe nuevo, un disparo nuevo, una palabra menos de todas aquellas que Bud no
ha podido pagarle en todo este tiempo.
Quisiera recostar la cabeza en el hombro de Bud pero no
se atreve, porque lo que en verdad le gustaría es tenerlos a los dos a ambos
lados, dándole seguridad, sacándola una vez más de aquella maldita ciudad a la
que había jurado no volver.
No llegaron a cruzar llamada alguna, y las primeras
cartas dubitativas con remite angelino nunca fueron contestadas, pero siguieron
la carrera de su amigo con la misma atención, aunque sin confesárselo entre
ellos. Le vieron por televisión ascender a comisario, a jefe de policía, a
fiscal general y por último a gobernador. Y con cada ascenso la veían también
un poco más delgado, un poco más consumido pero a la vez un poco más feliz,
como si cada nuevo cargo renovara su pícara sonrisa, la misma que no perdió ni
siquiera la noche del fatal atentado.
Bud la deja sola un instante y se levanta para acercarse al féretro, pero pasa de largo hasta llegar a la zona de las coronas. Saltándose todo el protocolo y con aquella media sonrisa muda, ha adelantado hasta la primera línea la que ellos han encargado, dejando que el nombre de Rollo Tomassi sobresalga por encima de los demás.
Antes de volver junto a Lynn, guiña un ojo, se besa los dedos y los planta sobre la fotografía, en el pecho del sonriente y difunto gobernador Edmund Exley.
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