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jueves, 16 de junio de 2022

METRÓPOLIS - CASTING

 

CASTING

 

Nancy da una nueva calada, profunda, intensa, para que la marihuana le llegue bien adentro, allí donde habitan los prejuicios de la hija perfecta que ha renunciado a ser. Bajo los tilos de la calle aguardó a que el coche de mamá girara por la esquina y entonces encendió aquel salvavidas, apoyada en el tronco, dejándose observar por tres o cuatro universitarios que hubieran ignorado sus leves pechos de no haberse topado con aquella mirada traviesa, con esa sonrisa lasciva.

Nancy continúa fumando porque sabe que no son para ella, que nunca serán para ella porque no transigirá con perpetuar las costumbres de la ciudad. Decir que está ya muy harta de ser la niña de los Bowden sería quedarse corto, y más ahora que papá abogado parece haberse vuelto paranoico: no fumes, no salgas sola, no te vistas así, no te pintes tanto. El hogar es un campo de prisioneros con unos muros que eran eternos hasta que le vio allí hace un par de noches, recostado en lo alto, fumando aquel enorme puro, taladrándola con unos ojos que invitaban a todo, a transgresión, a libertad.

Nancy no ha dicho nada, Nancy hace tiempo que ya no dice nada, mientras deja que papá abogado y mamá florero se destrocen entre medidos silencios. Y hoy tampoco iba a ser una excepción. ¿Qué le iba a contar a mamá? ¿Que anoche se buscó entre las sábanas hasta regalarse un orgasmo intermitente? ¿Que lleva días sin dormir desde que él le deslizó aquella nota del casting para la obra del instituto, junto al cigarro de marihuana que ahora está consumiendo? ¿O que en esos ojos vio una mirada tan sexual como liberadora, que ya no la miraba como a una niña?

Nancy apura las últimas caladas, hinchando su pecho aunque el volumen no deje de engañarla. Pero ya no le importa, acaba de encontrar el sosiego suficiente como para entrar a la sala, bajando por el pasillo central acariciando los respaldos de las butacas. No está para sorprenderse ante el hecho de ser la única candidata al papel de una obra inexistente. Sólo puede deslizarse felina hacia el escenario, hacia la penumbra en la que refulge como un astro soberano el habano sobre el que los labios de Max Cady se andan relamiendo.

Nancy cierra los ojos y empieza a subir, temblorosa y húmeda, los escalones que conducen a la tarima, que llevan hasta aquella brasa que la atrae sin remisión.



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