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martes, 30 de marzo de 2010

TRAMPANTOJOS


Veo a un joven hablando solo por la calle y me sorprendo de que no lleve prendido en la oreja el auricular de un teléfono móvil. Dos manzanas después veo a un anciano que arrastra los pies por la acera y, al rebasarle, me sorprendo al ver que no divaga al viento, sino que le habla a un pequeño dispositivo que cuelga de su cuello. Tres manzanas después me siento en una terraza y, mientras aguardo mi café, me sacudo del hombro las nubes de prejuicios y convencionalismos absurdos.

sábado, 20 de marzo de 2010

CRÍTICAS LITERARIAS - HENNING MANKELL

Honras postreras

Podemos hablar de final de ciclo, de ocaso, de retirada, de adiós entre bambalinas, muchas fórmulas podríamos utilizar para ilustrar la despedida de Kurt Wallander del panorama de la novela negra internacional, pero Henning Mankell huye de todas ellas en este punto y aparte de su narrativa. De hecho, desde la mitad de la novela hacia delante deja que sea el propio inspector quien empiece a agitar pequeños pañuelos ante los ojos del lector, bien haciéndole recordar casos pasados, bien rememorando también a sus antecesores en la profesión.

La trama, pues, es casi lo de menos, incluso puede hablarse de que no es la mejor de cuantas ha resuelto Wallander, las raíces del espionaje en la guerra fría quedan un tanto poco perfiladas, y la evolución de algunos personajes extraviados hace recordar incluso al primer Larsson y a sus hombres que no amaban a las mujeres, algo impensable en la narrativa de Mankell hace un par de años. Pero no importa, porque esa trama sirve para que conozcamos a la pareja más estable de Linda Wallander, y de paso para que el sabueso se convierta en abuelo y disfrute, junto a la pequeña Klara, de los mejores momentos de la novela.

La trama, también es cierto, le exige al inspector un esfuerzo ímprobo que le cuesta realizar, porque la diabetes y otras sombras más oscuras se lo impiden, pero su dignidad y el orgullo le empujan a seguir y seguir hasta resolverla, como siempre, aunque lo que nos deje al final sea una especie de canto de cisne, o de urogallo como los que pintaba su anciano padre. Mankell, no obstante, rebosa elegancia en las páginas finales, apartándose de la escena para dejar el último plano enteramente a su criatura. Ese hombre inquieto, irascible pero sincero hasta la extenuación, se pierde entre las nieblas de la posteridad. Y puede hacerlo tranquilo porque se ha ganado el puesto a pulso.

‘El hombre inquieto’. Henning Mankell.

Editorial: Tusquets, 453 páginas. Barcelona, 2009.

(LA VERDAD, ABABOL 20/3/10)


martes, 16 de marzo de 2010

TRAMPANTOJOS


Existen unas cuantas frases dotadas de la infalibilidad de las costumbres lingüísticas. Expresiones tras las cuales, o junto a ellas, podemos colocar la barbaridad más mendaz sin que nadie altere un músculo de su gesto. Son, sin duda, las frases mamporreras, del tipo “según las encuestas”, “dicen los críticos”, “he visto en Internet”, “la ley dice”, “según las estadísticas”, “me han dicho”, “el otro día vi en la tele”…; lo que preceda, acompañe o siga a esas expresiones será indiferente, porque ya estará barnizado por la soberbia más recalcitrante con la que bañar la ignorancia de los demás, puesto que nunca se atreverán a rebatirlas.


miércoles, 10 de marzo de 2010

TRAMPANTOJOS



Las casas en las que se instala la vejez dejan asomar sus huellas de forma paulatina, un pañuelo olvidado sobre un lavabo, una pelusa resistente aferrada a un sillón, migas rancias colonizando los rincones. Hasta el papel higiénico tiene algo de hoja caduca y triste. A veces creo que uno de los peores inconvenientes de llegar a la senilidad es el acopio de manías insalubres que se produce. He de guardar un remanente monetario para dedicárselo, llegado el momento, a un asesor que me susurre en el oído, tal y como hacían los césares triunfantes, no sólo el recuerdo de que soy mortal, sino la obligación de conservar cierta decencia, cierto mínimo decoro a pesar de los años caídos.


miércoles, 3 de marzo de 2010

TRAMPANTOJOS


Una mujer mira por la ventanilla de su coche anclado en un semáforo, es hermosa, joven, rubia, parece elegante aunque la puerta mutila el resto de su imagen. Flota sobre el asfalto con delicadeza, hasta que baja el cristal, asoma media cabeza y lanza a la calzada un escupitajo demoledor. Acaso sea ése su concepto de la igualdad de los sexos, cometer las mismas barbaridades estéticas e higiénicas que muchos hombres.