Hay alguien ahí
Joseph
K. era un hombre normal, un trabajador casi del montón que lidiaba con los laberintos
sociales y burocráticos en la novela de Kafka. García es también un hombre
normal, tan normal que no tiene ni nombre de pila, un trabajador del montón,
que vive entre pólizas de seguros hasta que un día comienza a percibir una
visión un tanto distorsionada de la realidad: empieza a ver gigantes, seres
descomunales a los que parece que ninguna otra persona ve. He ahí el punto de
partida que utiliza David Monteagudo para llamar la atención del lector, para
que éste arranque a leer una novela que fluye con una naturalidad tremenda, y
cuyas páginas no podrá dejar de pasar hasta su final.
Sus lectores
reconocerán el paño: situación extraordinaria, casi distópica, que es narrada
con la tranquilidad de lo ordinario, pero que esconde un mundo diferente, o
bien unos cambios demoledores para la realidad a la que están acostumbrados
tanto los personajes como los propios lectores. Dicho de otra manera, las
novelas de David Monteagudo esconden siempre varias lecturas, en el primer
plano encontraremos las dificultades por las que atraviesa García, cuyo
equilibrio emocional se ve sacudido por estas visiones, y que acepta con cierta
docilidad ponerse en manos de un especialista, tal y como le recomienda su
mejor amigo. Luego llegará el resto de la derrota, el abandono de su pareja, su
sensación de apestado y algunas pruebas más que le reserva un autor que parece
más que nunca un demiurgo con muy mala leche.
Pero ése era
sólo el primer plano, porque detrás hay más, mucho más, alegatos acerca de la
soledad del ser humano, sobre todo cuando se resiste a seguir los dictados de
la masa, la anulación que los sistemas del pensamiento tiránico y totalitario
pretenden llevar a cabo con quienes tengan ideas diferentes, la amenaza que
conllevan el adocenamiento, el conformismo y la ceguera. Esos tubos amarillos
de desescombro que pueblan las fachadas de esta pequeña ciudad no son sólo un
instrumento práctico, sino un símbolo de todo aquello en lo que nos estamos
convirtiendo: almacenes de residuos de conciencia, vertederos que ignoramos a
no ser que desagüen sus miserias a las puertas de nuestro hogar.
Por todo
ello, las novelas de David Monteagudo son tan adictivas, por esa combinación de
planos argumentales, los literales y los simbólicos, y porque de la mano de una
trama que no se puede abandonar, nuestras mentes se mantienen más activas que
nunca. Reflexionar gracias a la buena literatura, poco más se puede pedir.
Invasión. David Monteagudo.
Candaya. Barcelona 2015.
142 págs. 16 euros.
(LA VERDAD, "ABABOL", 30/5/2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario