MANOS
SUAVES
La señora Davenport cree que no las oigo, que no me
entero de sus burlas, de cómo se intercambiaron las gafitas rosadas cuando las
hallaron al fondo del cajón, pero se equivocan, escucho cada queja, cada
maldición, cada tos de esa garganta vieja y fumadora. Y ella no es la peor, hay
otras dos que me zarandean sin miramiento alguno, que se demoran a propósito a
la hora de cambiarme la bolsa de la sonda, que se carcajean cada vez que el
doctor Saunders deja descansar mi uretra con unos días de la cárcel de los pañales
sin saber que eso me hace aún más daño.
Hace tiempo que dejé de hablar, ni puedo ni lo deseo,
pocos rincones de mi piel quedan ya sensibles y ninguna de estas arpías ha
logrado nunca aliviarme, ni siquiera acercarme a antiguas satisfacciones. El
tiempo es peor enemigo cuando cuenta con aliadas como ellas. Tan sólo un día,
no hace mucho, recibí algo de paz, unos dedos suaves, como de terciopelo, como
si los de ella hubieran regresado, unas manos suaves que se demoraron en el
masaje, sofocando las escoriaciones de mi espalda sin saber que restañaban
también las de la conciencia.
La memoria es cruel, pero firme cuando le tocan en su
centro, y esos dedos me devolvieron a aquellos veranos, a aquel jardín húmedo,
a esas gafas que son lo único que he logrado conservar y que estos monstruos
mancillan cuando se aburren. Cómo explicar lo que esos dedos jóvenes han
resucitado en mi interior, cómo agradecer ese sacrificio, esas diez ofrendas
casi púberes que tanto me han devuelto, que me han llevado a sonreír al menos
con unos ojos que la Davenport ignora por sistema, como hace con todo.
Cuento las horas para que retiren el pañal y deseo con
fervor que sean esos dedos los que se ocupen de sondarme, quienes me devuelvan
esas olvidadas caricias ahora que ya nadie podrá reprocharme nada, ahora que
están todavía sin contaminar, sin corromperse, sin rendirse ante el tiempo que
terminará por mancillarlo todo.
- Llamad a la nueva, hay que sondar al viejo Humbert.
- Menudo estreno va a tener la pobre.
Por primera vez en mucho tiempo agradezco unas palabras
de la Davenport y sus gorgonas.
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