IMPERIAL VÍCTOR ROS
Largo tiempo
llevaban los fieles del detective Víctor Ros esperando una nueva entrega de sus
andanzas, y esa espera suele ser la mejor señal de que un personaje se ha hecho
un hueco, y grande, en el corazón de los lectores. ¿Las razones? Variadas y
todas ellas justificadas, comenzando por la capacidad que tiene Jerónimo
Tristante para narrar aventuras y situaciones, historias, en definitiva,
consiguiendo siempre atrapar a quien se encuentra al otro lado de la página.
Esa atracción es oro puro y motivo de envidia siempre para cualquier autor,
porque supone haber acertado, haber dado con la tecla de los gustos de los
lectores, que a fin de cuentas se reducen a dos puntos básicos: calidad
literaria y una trama bien urdida.
Después de
tantas entregas y de haber visto cómo evolucionaba la vida del policía,
Jerónimo Tristante se arriesgaba ahora a que el paso del tiempo hubiera hecho
mella en su personaje, y a fe que tal parece al inicio de la novela, pues nos
hallamos frente a un Víctor un tanto desmotivado, casi ahogado en un Madrid que
se va despersonalizando, y a punto de ser atrapado por la costumbre y la
monotonía. Por ello se hacía tan necesaria una trama como ésta, porque redondea
aún más al personaje, volviéndole todavía más vivo, y le proporciona nuevos
retos que no son únicamente suyos, sino también del propio autor.
En esa línea
holmesiana que tanto gusta a Tristante, y de la que se ha confesado deudor en
múltiples ocasiones, primero nos regala un caramelo en forma de un pequeño caso
que muestra una vez más las habilidades de Ros, y luego, una vez satisfecho
nuestro paladar con el aperitivo, nos hace acompañar al policía hasta la Cuba
más efervescente, la que estaba en los ojitos de los norteamericanos, en especial
en los del magnate William Randolph Hearst (citado en la novela en varias
ocasiones) y cuyo destino final todos conocemos.
Como no podía
ser de otra manera, Víctor no se marcha solo, sino que va acompañado por su
fiel Alfredo Blázquez y por un nuevo personaje absolutamente delicioso,
Arístides Mínguez, un cochero de dos metros aficionado al mundo clásico. Ese
trío nos lleva hasta una trama en la que destacan los espionajes políticos, la
esclavitud en la isla, la insurgencia independentista, el poder de la sacarocracia
y el brutal atractivo de la mujer cubana, sin olvidar el misterio, la muerte, e
incluso la propia selva.
Con el
pretexto de encontrar a su amigo Martin Roberts, Víctor Ros va afilando una vez
más sus dotes, aunque ésta no será una aventura más, su creador le reserva un
par de buenas sorpresas, y la más contundente de todas la comparte con
nosotros: el cambio que experimentará el policía, no por bordear la muerte, no
sería la primera vez, sino por la mella que ciertos acontecimientos dejan en su
carácter, y que le van a convertir en un hombre distinto ya para siempre.
Estamos, por
tanto, ante una magnífica novela que no sólo respeta y ensalza los cánones del
género: dilatación narrativa, introducción de subtramas sorpresivas, capítulos
que se cierran augurando el clímax posterior…, sino que también le ha exigido
al autor una documentación exhaustiva que le permite moverse por La Habana
finisecular y la manigua cubana como si hubiera cumplido otro de sus sueños, el
de viajar en el tiempo. Si a todo ello le sumamos la capacidad de Tristante
para jugar con las revelaciones en los distintos episodios, para resucitar el
pasado e incluso para jugar de vez en cuando con nuestras sospechas,
comprobamos que poco más le podemos pedir para que siga haciéndonos disfrutar
de los buenos fundamentos de la literatura, tal y como lo hicieron sus
imperiales colegas del siglo XIX con aquellas novelas de folletín y por
entregas que tanto furor hicieron entre la población lectora.
‘VÍCTOR
ROS Y LOS SECRETOS DE ULTRAMAR’.
Jerónimo Tristante.
Algaida. Sevilla 2021. 423 págs. 19 euros.
(LA VERDAD, "ABABOL", 15/05/2021)
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