NORIA
Al tercer estornudo, Holly siente unas ganas enormes de bajar a tierra firme, ni lo entendía cuando su amigo le citaba allí ni lo entiende ahora, cuando esa infección está arrasando la ciudad. Se ajusta la mascarilla y mira de nuevo el reloj, intentando averiguar quién de los presentes en aquella cabina es el hombre que le ha hecho subir hasta allí.
Una nueva tos y un nuevo escalofrío, la noria sigue
girando sobre el Prater y aquellos enormes vehículos apenas se balancean. Han
pasado ya unos cuantos años y no quiere volver a examinar una conciencia que le
ha traicionado. Tanto juzgar al inclemente Harry y ha terminado como él, a
punto de convertirse en traficante.
La palabra ya no es tan fuerte pero continúa significando
lo mismo, la enfermedad no, la penicilina ya no es necesaria porque no puede
con este nuevo virus, media Viena se ha infectado y los aeropuertos han
cerrado. El destino le ha arrinconado en una ciudad que odia y en la que
empezaron a morir sus sueños literarios.
Ni una novela más de aquellas lejanas praderas, ni una
historia de espías, ni siquiera una trama costumbrista, el vacío que Harry le
regaló en aquella alcantarilla le ha colonizado hasta el último rincón del
alma. Los prejuicios también han huido, como lo han hecho los que tienen
dinero, como lo harán los que le compren una vacuna que hoy va a pagar a precio
de oro.
Ni chocolate ni niebla, ni posguerra ni democracia, sólo
células infectadas, es lo único que le importa, eso y la posibilidad de salir
de aquella maldita ciudad. Todo lo que le afeó a Harry ha terminado
repitiéndolo, todo lo que juró que nunca haría está a punto de ser su único
salvoconducto para la libertad.
Ya no queda ética, quien pueda pagar se librará del
virus, y él se librará para siempre del pasado, sonríe bajo la mascarilla
porque Harry tenía razón. Aún está sonriendo cuando un hombre se le acerca
esquivando a las familias suspendidas en la noria.
- Un placer conocerle, señor Martins – susurra mientras
pone en su mano media docena de viales.
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