
(LA VERDAD, "ABABOL", 23/4/2016)
ANTONIO PARRA SANZ (Madrid 1965), profesor de Lengua y Literatura, de Escritura Creativa y crítico literario. Novelas: Ojos de fuego, La mano de Midas (Premio Libro Murciano 2015), Los muertos de las guerras tienen los pies descalzos; Acabo de matar a mi editor, Dos cuarenta y nueve y Entre amigos (Serie Sonia Ruiz 6). Relatos: Desencuentros, El sueño de Tántalo, Polos opuestos, Cuentos suspensivos, Malas artes, Gomes y Cía. Artículos: La linterna mágica, Butaca de patio. Ensayo: Tres heridas.
Un
puñado de maridos infieles drogados y ejecutados hace que estalle la inquietud
en la ciudad de Murcia, máxime cuando se descubre que todos, en algún momento,
habían sido investigados por el mismo detective, Samuel Alonso. Con este potente
punto de partida nos sorprende Alfonso Gutiérrez Caro en esta novela, segunda
entrega de su detective, quien ya debutara con buenos augurios en ‘Defecto de
fábrica’.
La
geografía murciana es un personaje más, y tanto la ciudad como el paraje de
Cabo de Palos son reflejados con gran fidelidad, llevando así al lector por
unas zonas en las que en poco tiempo se puede pasar del mejor hotel a la cloaca
más inmunda donde dar rienda suelta a las más bajas pasiones. Hay que
felicitarse por la consolidación de la serie del detective Alonso, y esperar
las siguientes entregas, porque Alfonso Gutiérrez Caro ha demostrado ya que
voluntad y talento no le faltan para continuar acompañándole.
Sólo
algún acontecimiento demoledor puede llevar a un narrador a adentrarse en el
universo particular de la poesía, y eso no siempre es un paso seguro, es un
salto sin red, porque las convenciones de uno y otro género son radicalmente
distintas. Esta especie de ‘tour de force’ es lo que acaba de hacer Rubén
Castillo con estos cuarenta poemas, desafiarse a sí mismo para lanzarse a un
terreno que, una vez leídos los versos, no parece tener mucho de desconocido
para él. Es obvio que hay una herida abierta, un tajo que el autor necesitaba
cerrar, o exorcizar, como él mismo ha llegado a decir, y a fe que lo ha
conseguido, a juzgar por la intensidad de las imágenes, por el verso preciso,
por cómo han fluido los sentimientos verso tras verso, por una obra que nos
revela que había un poeta escondido tras uno de los mejores narradores
murcianos de las últimas décadas.
En
estos cuarenta itinerarios hay alguno que impresiona más que los otros, como el
poema Hidrografía, de una brillantez sobrecogedora en la potencia de imágenes
que son niágaras de sangre, nilos de gelatina o támesis de asco. No hay un
verso superfluo, hay un tiempo estrábico que no se fatiga, una sonrisa que
actúa como coraza, unos electrones que lloran… En suma, hay un alma que palpita
en cada línea, un aliento que pugna por desprenderse del dolor que ha estado a
punto de asfixiarle, un hombre que ha buscado la liberación por encima de todo
y que va a sorprender a quienes sólo hubieran visto a Rubén Castillo como
prosista, aunque menos a quienes ya le sabíamos capaz de dominar el verbo tal y
como ahora ha vuelto a demostrar.