DOCE
LUNAS
MANUEL
MOYANO
EL ABISMO VERDE
Con
motivo de la reciente publicación de El
abismo verde, de Manuel Moyano, hemos
tenido la oportunidad de charlar con su autor acerca de esta nueva obra, de su
concepto de la literatura de aventuras, sus motivaciones escritoras o sus
influencias literarias.
MANUEL
MOYANO (Córdoba, 1963), se ha consolidado como cultivador de una narrativa
precisa y elegante que coquetea con lo fantástico, pero que escapa de corsés
genéricos. Ha obtenido galardones como el Tigre Juan por ‘El amigo de Kafka’
(2001), el Tristana por ‘La coartada del diablo’ (2007) y el Celsius de la
Semana Negra de Gijón por ‘El imperio de Yegorov’ (2014), finalista del Premio
Herralde. Sus cuentos recogidos en ‘El oro celeste’ (2003) y ‘El experimento
Wolberg’ (2008) han aparecido en numerosas antologías de narrativa breve.
Asimismo, las cien piezas de su ‘Teatro de ceniza’ (2011) constituyen una de
las más espléndidas muestras del microrrelato en castellano. Otros libros suyos
son la novela ‘La agenda negra’ (2016), el ensayo antropológico ‘Dietario
mágico’ (2015), sobre la curandería en el sureste español, y ‘Travesía
americana’ (2012), crónica de un viaje en familia a través de Estados Unidos.
1) El
Amazonas y un sacerdote, ¿todavía hoy tienen predicamento las novelas de
aventuras o esta novela es mucho más que una aventura?
Los nacidos en los sesenta leíamos
mucho a Julio Verne, a H. G. Wells, a Jack London o a Robert Louis Stevenson, y
eso que ya entonces eran autores nada actuales. Y no sólo seguíamos sus
narraciones en forma de libros, sino también de tebeos y de películas. Es
indudable que estos autores han perdido algo de predicamento hoy día, pero quiero
creer que es algo circunstancial, pasajero. Pensemos en la saga cinematográfica
Piratas del Caribe, que recoge conscientemente
todos los tópicos de las viejas historias de aventuras, y que ha tenido un gran
éxito a nivel mundial. Es la prueba de que al ser humano siguen gustándole las
aventuras. Aunque nunca se sabe. También en nuestra juventud se veía mucho western, y hoy parece algo casi tan anticuado
como el cine mudo…
El
abismo verde es sobre
todo una novela de aventuras, un hijo tardío –y no sé si digno– de esa estirpe
que se desarrolló sobre todo en el siglo XIX y principios del XX. Pero es
también una especie de manifiesto, una reivindicación de esa clase de narraciones.
De ahí que haya un cierto juego metaliterario: los propios personajes leen y
comentan novelas de aventuras, las cuales llegan a influir en su forma de contemplar
la realidad e, incluso, en su toma de decisiones a la hora de actuar. Y esta
reivindicación no es sólo temporal, sino también geográfica. Me explico: el
género de aventuras jamás ha tenido mucho predicamento entre los escritores
españoles, como si aquí fuésemos demasiado serios para dedicar nuestro tiempo a
escribir novelas así. También me rebelo contra ese prejuicio. Me gustan géneros
en boga como la autoficción o la novela de no-ficción, pero no entiendo que
deba desdeñarse la narración clásica, de pura imaginación, que es algo que está
en el origen mismo de la literatura.
2) ¿Qué
tienen las civilizaciones perdidas que tanto le atraen?
Debe de ser difícil encontrar a
alguien que no se sienta conmovido al contemplar las ruinas de una civilización
milenaria, reconquistada por la implacable y ciega naturaleza, abolida por el
tiempo. Esa imagen tiene algo de evocador, de misterioso, de grandioso y de triste
a la vez. Es la constatación a gran escala de que todos los afanes del hombre
acaban en nada. En nada. Y eso, no puedo evitarlo, me resulta tan sobrecogedor
como fascinante. Todo lo que atañe al ser humano es algo realmente extraño e
increíble, aunque mucha gente no parezca ser consciente de ello.
3) A
lo largo de su carrera narrativa ha tocado ya distintas variantes, ¿con cuál de
ellas se queda, en cuál se siente más cómodo?
Si hablamos de la materia tratada,
de la historia en sí, tengo comprobado que siempre que introduzco algún
elemento fantástico gano mayor impulso, siento un mayor deseo de continuar la
historia, de descubrir cómo se desarrolla y llegar hasta el final.
Definitivamente, me atrae lo fantástico, aunque siempre me acerco a ese
elemento de una forma solapada o moderada. Acostumbro a situarlo todo en un
entorno muy realista, anodino incluso, para conseguir mejor la llamada
suspensión de incredulidad. Esto es algo que aprendí de gente como Wells, Lovecraft,
Borges o Bioy Casares, y que aprecio como escritor, pero también como lector.
Si hablamos de la longitud del
texto, por así decirlo, me siento mucho más cómodo en los microrrelatos y
relatos, a pesar de que llevo años sin practicarlos. Soy propenso a la
síntesis, y me resulta imposible emplear tres páginas para decir algo que pueda
decir en tres líneas. Además, soy algo impaciente, o endiabladamente impaciente.
Escribir una novela, por tanto, supone para mí enfrentarme a mis propias
características o limitaciones. Pero, por esa misma razón, el hecho de ver una
novela terminada acaba produciéndome mayor satisfacción que cuando concluyo piezas
enclavadas en otros géneros más breves.
4) Hay
en esta novela una marcada estructura jerárquica, ¿no sabe vivir el ser humano
sin que alguien le mande o le domine?
Hay mucha gente que parece necesitar
la jerarquía para vivir, incluso gustar de ella, y puede que sea realmente necesaria,
que una sociedad tan compleja y multitudinaria como la nuestra requiera
estructurarse siguiendo algún tipo de pirámide o de jerarquía. Simplemente por
motivos operativos, digamos. Es posible que sea así. Sin embargo yo, particularmente,
aborrezco la jerarquía. No deseo que nadie mande sobre mí, ni tampoco mandar
sobre nadie. Creo que todo eso, al igual que el sentido de territorialidad, es
algo alojado en nuestro cerebro reptiliano, y el mío, al parecer, está un poco
atrofiado.
5) ¿Por
qué eligió a un sacerdote español, y por qué hace que su fe se tambalee?
Recurrí a un protagonista español
porque la forma de pensar que mejor conozco es la de nuestros compatriotas, y
porque tampoco quería recurrir a un protagonista extranjero, algo que me hubiese
parecido demasiado imitativo de las novelas que he pretendido homenajear. Lo
escogí sacerdote porque hoy día, una vez pasada la época de los conquistadores,
los exploradores científicos y los colonos, los misioneros son quienes mejor
representan la idea de aventura en lugares exóticos; además, directa o
indirectamente he conocido a varios misioneros y he podido asomarme un poco a
su forma de comportarse y de pensar. Finalmente, el hecho de que la fe del
protagonista se tambalee da lugar a que sea susceptible a los horrores y
abyecciones con los que se topa, a que esos hechos influyan en su carácter y lo
modifiquen. Es decir, me ha permitido abordar la vertiente psicológica de la
historia, no limitarme a narrar una simple sucesión de peripecias.
6) ¿Qué
tiene esta novela de descenso a los infiernos, ese abismo verde del título es
en realidad tan profundo?
Uno de los temas de esta novela es
contraponer al hombre de estudios, al hombre civilizado, con el hombre que vive
en un estadio animal y sumido en un perpetuo carpe diem. Los mestizos de la
novela viven al límite su carnalidad, mientras que el sacerdote se tortura con
remilgos que probablemente sean estúpidos. La selva no es un abismo verde en sí
mismo; lo es para aquel a quien le han enseñado otras reglas del juego, unas
reglas que ahí no le valen para nada.
7) ¿Realmente
estamos tan solos como se llega a sugerir en la novela?
No había intención de sugerir tal
cosa. Yo no creo realmente que estemos solos, y, si es así, no me parece que la
soledad sea tan horrible. Quiero decir, que no pretendo tejer ningún discurso
negativo en torno a la soledad. La soledad, simplemente, forma o puede formar
parte de nuestras vidas, pero no veo nada necesariamente trágico en ella.
8) ¿Qué
le sigue emocionando a la hora de escribir después de tantos títulos
publicados?
Me emociona sentir a veces en mi
interior el ronroneo de una historia, ese “rumor de hexámetros” del que hablaba
Borges, que te impulsa a plasmarla sobre el papel; aunque reconozco que, con la
edad, ese impulso ya no es tan arrebatador como antes. Pero, si hay algo que me
gusta especialmente de este arte, es conseguir escribir de vez en cuando
algunos pasajes, algunos giros argumentales, algunos diálogos o lo que sea que
a mí mismo me asombren, como si hubieran ocurrido en cierta forma al margen de
mí, de mi propia voluntad. Por último, creo que nunca dejará de emocionarme ver
una obra acabada, en parte porque soy consciente de que, durante el trayecto
que me ha llevado hasta allí, podría haberme rendido o haber descarrilado en
varias ocasiones.
9) Sus novelas tienen una extensión no demasiado larga, ¿tiene algo que ver en ello el hecho de que le guste el género del relato?
Lo he dicho antes: propendo a la
síntesis. No soy capaz de producir páginas de puro relleno, de paja; al menos,
no soy capaz de hacerlo adrede. Cada línea, cada párrafo debe tener algún
sentido, algún contenido, y lo contrario, aparte de darme pereza, me parecería
que es estafar al lector. Por otro lado, creo bastante en la inspiración y eso
me obliga a escribir con bastante rapidez, sin hacer esquemas previos ni programar
apenas nada, lo que tal vez contribuya a esa extensión final no demasiado larga.
Finalmente, debo decir que algunas de las novelas que más me gustaron de joven
(me vienen a la cabeza La máquina del
tiempo o El doctor Jekyll y Mr. Hyde)
son bastante cortas. Casi todas las novelas que leía en Alianza Bolsillo, una
colección mítica que fue la mejor escuela de literatura para muchos de nosotros,
eran de extensión corta o mediana. Hoy día parece haberse impuesto la idea de
que una novela, para ser buena, debe superar las 300 o 400 páginas. Ya lo dice
el refrán: “burro grande, ande o no ande”. Pero yo estoy en contra de esa absurda
superstición, como escritor y como lector.
10) ¿A
quiénes debe Manuel Moyano sus influencias, y en concreto a quién le debe las
influencias que hay en esta novela?
Las influencias sobre esta novela en
concreto las he ido citando a lo largo de esta entrevista, y debería añadir a
Kipling o a Conrad y, por la vertiente sudamericana, a Quiroga, Carpentier o
Mutis. Pero como lector soy muy ecléctico, y a lo mejor sería más cómodo enumerar
los autores que no me gustan: Stendhal, Proust, Faulkner, Beckett, Handke. Mi
primo José Luis Moreno ha visto en El
abismo verde claras influencias de Bukowski: abundancia de perdedores de
toda ralea, alcohol a espuertas y escenas de sexo tórrido y brutal. No era
consciente de ello mientras lo escribía, pero creo que tiene toda la razón.
11) ¿Qué
planes de futuro literario contempla ahora?
A corto plazo aparecerá una novela
infantil titulada Aventuras del piloto
Rufus, para la que Francisco Javier García Hernández está dibujando unas
ilustraciones excepcionales. Ardo en deseos de verla publicada. Tengo varios
libros en boxes: una novela que ronda la ciencia ficción, un libro de relatos,
y una especie de libro de no-ficción titulado Cuadernos de tierra, que reúne la narración de unos viajes que hice
a pie con la investigación sobre varios crímenes que fui encontrando por el camino.
Pero todo esto ya está escrito. Sobre lo próximo por escribir, me debato entre
dos extremos opuestos: la novela de no-ficción y la novela de pura imaginación.
No sé por cuál terminaré decantándome.
Me resultaría imposible verter
elogios sobre mí mismo: mi sentido del pudor no me lo permite. Repetiré lo que
he ido recogiendo en los primeros comentarios de lectores y las primeras
reseñas. En primer lugar, que el ambiente asfixiante y ominoso de la selva está
bien logrado, de modo que el lector se siente inmerso en él desde el principio.
También me dicen que la intriga impulsa a leer una página tras otra con cierta
voracidad. Por último, me aseguran que hay varias escenas impactantes a lo largo
de la novela que se quedan grabadas en la memoria. Sólo puedo añadir que confío
en que todo eso sea cierto.
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