TERTULIA
Para Raquel Cambronero
Annie prepara con mimo la jeringuilla, comprobando que la
dosis sea la adecuada, sonríe porque hay prácticas que nunca se olvidan y hoy
necesita regresar al pasado para lograr que él esté lúcido el tiempo
suficiente. Junto a la gasa y el alcohol está la tarjeta con todas las
preguntas que ha preparado, aunque muchas de ellas más que preguntas son
observaciones y hasta consejos, y ella se sonroja un poco y toca la cruz que
lleva al cuello al pensar si no será algo de soberbia darle consejos a alguien
como él.
Va recogiendo todo mientras aguarda a que llegue el
momento perfecto, cuando el sol se vaya a poner y sobre la nieve que se acumula
fuera deje únicamente el rastro de una luz un tanto perezosa. La ambientación
ha de ser perfecta, eso sí lo aprendió bien de él, un marco vulgar se puede
cargar la mejor de las historias, y la de hoy ha de nacer con toda la fuerza
posible, porque así es como se arrancan las nuevas etapas, los nuevos
personajes.
Abre con cuidado la puerta de la habitación y la cierra
aún con más esmero. Deposita la bandeja en la mesilla de noche y deja el resto
del material en el suelo, apoyado junto a la pared, para que él no lo vea.
Descorre las cortinas dejando que el crepúsculo caiga sobre su frente sudorosa
y procede, con infinita delicadeza, a clavar la aguja en el antebrazo de Paul,
cuyo rostro esboza un leve guiño, como queriendo salir de la inconsciencia.
Para cuando despierta del todo, Annie está ya a los pies
de la cama, con su sonrisa más franca, las manos en el regazo, preguntándole qué
tal se encuentra hoy. Paul presenta un rostro cansado, aunque la sustancia que
ahora corre por sus venas le ha devuelto fuerza a su mirada. Intenta
incorporarse a duras penas, olvidando que el yeso de la pierna se lo impide.
Annie se sienta a su lado y arranca la tertulia, tiene
hasta que anochezca del todo para convencerle de que ella ha de ser el
personaje de su próxima serie de novelas, un personaje duradero al que no debe
matar, como ha hecho con el anterior. Se deshace en razones y hasta le da el argumento
de la primera entrega de la serie.
Paul la mira con ojos desorbitados y trata de escupirle,
pero no tiene saliva, algo que Annie soluciona en un momento al coger la maza
del suelo y volver a machacar de nuevo la dolorida pierna del escritor. Hoy ha
gritado menos que ayer, ella sonríe y confía en que mañana por fin le
convencerá.
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