ENREDO Y SÁTIRA
Una
prosa ácida, distendida, paródica, satírica, respetuosa, unos diálogos que son
oro puro en una trama tan divertida como interesante, en la Barcelona habitual
de Eduardo Mendoza, que vuelve a disfrutar con una de sus historias al tiempo
que nos regala unos momentos lectores verdaderamente inigualables.
Es una delicia encontrarse con una nueva novela de Eduardo Mendoza, y quizá aún más delicioso para los que amamos el género negro, cuando se trata de una de esas historias en las que el misterio se alía con el enredo y con la parodia, la sátira, algo muy necesario en los tiempos que estamos viviendo, en unos momentos en los que la producción patria de “papel de fumar” se está viendo seriamente amenazada.
En el momento en el que tenemos noticia de que esta trama está ya a la venta, lo normal es que un cosquilleo nos recorra la espalda, proveniente de aquellas pantorrillas tan del gusto del bien amado Tip, y llegue hasta nuestro cerebro, impulsándonos a cometer el irrefrenable acto de acudir a una librería y satisfacer nuestros instintos. Pero no contentos con ello, y tras haber acariciado y hasta olfateado el libro, porque las novelas de Mendoza se vuelven también sensoriales, correremos a buscar nuestro sillón más preciado, ése que atesora como oro en paño el molde de nuestro trasero, o bien, si somos dados a lo aventurero, nos ubicaremos en una buena terraza, cerveza o refresco en mano, dispuestos a que el maestro nos lleve por donde más le plazca.
Diálogos brillantes
El tiempo y su producción literaria le han concedido ese derecho, y a nosotros el privilegio de disfrutar de una prosa ácida pero distendida, paródica pero coherente, satírica pero respetuosa con la trama, y sobre todo disfrutar de unos diálogos que son oro puro, en los que cada personaje (y la fauna es muy variopinta) emplea una voz que es casi más una conciencia, para que su personalidad y su carácter no caigan en nuestro olvido.
Ya entrados en ese ambiente, en esas primeras habitaciones del universo Mendoza, nos queda ir hasta el salón, donde el jefe de una curiosa organización reúne a sus ocho o nueve detectives, con el fin de desentrañar tres eventos criminales aparentemente sin relación alguna y cuya resolución por parte de las fuerzas del orden no parece algo que vaya a producirse.
Parodiando el género negro
La distribución narrativa de los tres casos roza lo magistral, Mendoza conoce muy bien los resortes del misterio y los parodia con una seriedad pasmosa. Eso sí, como es habitual en él, nunca se olvida de los temas de hondo calado social, llámense prostitución, corrupción entre los poderosos o turbios manejos empresariales. Ese fresco social no está sujeto a parodia alguna, esas críticas han de llegar de la manera más cristalina al lector, aunque haya que pasar de cuando en cuando por campos minados como la política o la religión. Y para muestra, quédense con este brillante botón leído en la novela: “Todas las religiones del mundo empiezan predicando el amor y acaban matando”. Poca risa con eso.
En cuanto al personal humano, las galerías de Mendoza son tan variopintas como atractivas, un jefe de organización metódico pero voluble, una ayudante ya más que madura que sigue bebiendo los vientos por él, otra joven desaprovechada del mundo laboral, un ex presidiario separado y con un hijo, otro hombre con problemas de control de impulsos, un japonés que busca la integración total… En fin, una panoplia de inadaptados que sólo bajo el ala de esta organización extraoficial y extrapolicial pueden hallar acomodo. Un grupo que, mal que bien, va camino de convertirse en una familia.
Siempre Barcelona
Y como toda familia ha de tener un lugar, una casa o un punto de reunión, Mendoza recurre una vez más al que mejor conoce, la ciudad de Barcelona, aunque hace mucho, y así lo recoge él mismo un tanto dolorido, que ya no es la Barcelona que fue, pero sigue siendo la suya, con su puerto, sus Ramblas y sus barrios un tanto peligrosos, aunque no tanto como los turistas. Pero también la trama sale de la ciudad, llegando hasta Palamós, punto neurálgico de gran importancia en la trama.
Del misterio en sí, me van a perdonar que nos les cuente mucho, ni siquiera las implicaciones vaticanas, porque debe ser el lector el que vaya pasando página tras página con fruición, y conteniendo la risa en algunos episodios, como también tendrá que sofocar la ternura en otros, y aguantarse las ganas de comerse a besos a alguno de estos personajes.
Eduardo Mendoza ha recuperado una vez más la esencia de una magnífica literatura entregada a los lectores sin engaño ni artificio alguno, como debe hacerse con las cosas buenas de verdad, ya sean para comer, escuchar, beber o leer. La cuestión es ser receptivo y estar dispuesto a paladear el manjar a base de bien, aunque al final tengamos incluso la sensación de que nos puede haber sabido a poco. De esa forma, cuando llegue la siguiente, cuando Eduardo Mendoza nos invite a un nuevo festín, acudiremos con los ojos cerrados y las papilas literarias bien dispuestas.
‘TRES ENGIMAS PARA LA ORGANIZACIÓN’.
EDUARDO MENDOZA.
Género: Novela.
Seix Barral.
408 páginas.
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