NOIR DEL BUENO
Un
entorno duro, villanos brillantes, venganzas latentes, un lenguaje siempre
cuidado y una voluntad de estilo que ha hecho ya reconocibles sus novelas son
los principales elementos con los que Marto Pariente se presenta de nuevo ante
los lectores, dispuesto a dejar en ellos una huella indeleble.
Muchas son las vertientes actuales que podemos encontrar en la novela negra: tramas al uso, comerciales, al servicio de modas sociales, o por el contrario historias de homenaje a los asuntos clásicos, o al lumpen, sin olvidar la presencia, más o menos absorbente, de las fuerzas del orden.
Si entramos incluso a valorar subgéneros podemos perdernos entre novelas procedimentales, detectivescas, rurales, domésticas, amables, marginales, psicológicas, judiciales, etc., siempre con el adjetivo negro antecediendo o posponiéndolas. En ese marco de oscuridad han terminado por entrar todo tipo de productos, quizá porque a todos (lectores, libreros, editores, críticos) nos viene bien que las etiquetas se simplifiquen, o que se agranden.
Pero hay vida más allá de esos parámetros, hay autores que prescinden de modas, corrientes y hasta dimensiones, y para los que una buena novela negra puede armarse con fidelidad hacia su propio argumento y hacia un estilo que no se deje corromper. La primera vez que Marto Pariente apareció en los mentideros negros con su novela La cordura del idiota, muchas voces se elevaron sorprendidas: potencia narrativa, personajes muy bien perfilados e inolvidables, estilo sencillo y duro a veces, como merecía la ocasión… Y todo eso le llevó a ganar algunos premios del género pero sobre todo a ser leído y valorado por los lectores.
Una trama sin concesiones
Luego llegarían Las horas crueles y la traducción al francés de aquel primer título, y con ese equipaje el autor alcarreño ha lanzado ahora Hierro viejo, una novela en la que se mantienen algunos de sus rasgos más conocidos: ambiente rural, protagonista lastrado por una familia difícil y un destino caprichoso, villanos de auténtica categoría, con los que uno podría hasta encariñarse, ritmo ágil, lenguaje de cirujano y una trama que va circulando sin concesiones pero también sin rodeos.
Eso más o menos es lo que un lector fiel de Marto Pariente puede reconocer en cuanto empiece a transitar por sus páginas. Eso es lo que hace que al autor se le respete, el cuidado que pone en sus obras, la autenticidad de sus planteamientos, la voluntad de no aprovecharse de lo mediático y dejar que sean sus palabras quienes hablen por él. No hay modas, no hay corrientes banales, hay literatura con mayúsculas, y un trabajo inmenso detrás de unas páginas que pocas veces exceden lo imprescindible. Por eso los lectores de Marto nos reconocemos entre nosotros con rapidez, porque no adquirimos sus novelas de forma casual, ni por una pose de actualidad, sino que lo hacemos sabiendo lo que hay en ellas, y sabiendo también que nos van a esclavizar en el sillón hasta que demos con la última línea de las mismas.
¿Es entonces Hierro viejo un ejemplo del llamado “rural noir”? Es posible, solo que aquí no hay un entorno idílico violentado por el crimen, aquí hay una tierra que es un personaje más, y que condiciona tanto a sus habitantes como a los propios crímenes. De nuevo la recomendación consiste en huir de las etiquetas y recrearse con una buena historia.
Sicarios de altura
Una historia en la que quizá no haya buenos, salvo el joven Marco, y en la que el mal aparece mostrado con la naturalidad de lo empresarial, con unos elementos magníficos en los que Marto Pariente echa siempre el resto: la familia De Miguel, con la matriarca Rubí y dos hijos que habrían hecho las delicias de cualquier abortista (León y Miguel, o Doble Micky), daría por sí sola para una novela, pero es que además está acompañada por otras figuras que hacen del gremio del sicariato un juego de niños, Bobby y Bobby, pareja en lo sentimental y en lo profesional, que además analizan canónicamente cada una de sus intervenciones, quintaesenciando el arte de matar.
Esta caterva de villanos, a los que hay que sumar algún policía corrupto que otro, e incluso algún nombre oculto en la cúspide de la organización, este grupo, como decimos, no le importa nada al sepulturero Coveiro, que ahora entierra cuerpos por lo legal, un hombre de vuelta del infierno y de sus fantasmas, hasta que su sobrino Marco, un joven testigo de unos extraños hechos en el velorio de León de Miguel, se convierte en un obstáculo para los planes de esa peculiar empresaria que es Rubí De Miguel.
Es entonces cuando el viejo Coveiro nos desvela su verdadero carácter, cuando la trama echa a correr como una mecha bañada en gasolina, y cuando los lectores nos frotamos las manos por todo lo que ha de venir a partir de ese momento.
Un filo candente
La dirección de la novela, los kilómetros de persecuciones, la forma casi folklórica en la que matan los sicarios, todo ello se apodera del lector, le subyuga y le hace disfrutar con uno de esos elementos antes mencionados: el lenguaje, revisado y pulido por el autor hasta encontrar la expresión justa, sin digresiones ni abusos descriptivos, entrando en los sentimientos como lo haría un cuchillo al rojo en una herida purulenta.
Quién viva y quién muera, quién logre triunfar y quién fracase, es entonces casi lo de menos. Casi, ¿eh?, porque hay ajustes de cuentas que estamos desando ver, y la manera en la que el autor nos va contando ese proceso, esos descubrimientos, ese desenlace, logra que todo el conjunto se armonice en las páginas finales. Unas páginas que nos asustan por el hecho de que son las últimas, y marcarán una espera hasta la próxima trama. Si desean comprobar que de verdad hay estilo y profundidad en la novela negra, y una voluntad de ser fieles a ambos aspectos, acérquense al universo de Marto Pariente, no lo olvidarán nunca.
‘HIERRO VIEJO. MARTO PARIENTE.
Siruela Policiaca. 209 páginas.
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