AQUEL
PAR DE GUANTES
“¡Qué alegría verte, Steven! ¡Bienvenido, Steven!”
Mentiras, todo mentiras. Aquí no hay nadie que se alegre de que vuelva un viejo
como yo, ni siquiera esta maquilladora, una niñita que ni sabrá quién soy ni lo
que he hecho. No soporto la hipocresía, todos pensando que han de ser amables
con un actor que hace tiempo que emprendió ya la cuesta abajo. Y claro que la
emprendí, ¡qué remedio!, si ya el teléfono dejó de sonar, si ya no llega guion
alguno mientras los que sí llegan sin faltar son los años. Y ahora esto, encima
un papel de barrendero, de lujo, sí, pero barrendero al fin y al cabo, por muy
bien que me lo hayan vendido, por mucho que me doren la píldora diciéndome que
cuido los aseos, le doy réplicas ingeniosas al protagonista, que la chica me
tomará cariño… Bobadas. Lo del protagonista sí que es bueno, mejor le habrían
dejado con sus pistolas y su caballo, como el paleto de la pradera que es. Pero
no me extraña viendo lo que han preparado, dicen que hay amor pero no es una
película de amor, y es raro con este director, dicen que hay guerra pero no es
una película de guerra, ¿entonces qué es esto?, ni ellos mismos se aclaran. Y
en Buenos Aires, transcurre en Argentina, como si alguno de estos supiera dónde
está Argentina. Qué cadena de despropósitos. A ver si terminan pronto de
maquillarme, no paran de hablar de ella, ni un segundo han parado, ni que fuera
tan especial, no ha aparecido por aquí hasta hoy y ahora tendremos que correr
todos para rodar sus escenas. Bueno, allá vamos, con esta chaquetilla que hasta
es dos tallas más pequeña. Qué de gente hay hoy, nunca ha habido tanto alboroto
para una docena de escenas, y este remolino, mira por dónde al final la escoba
me va a servir de algo. Me pongo en mi marca y suena la música, se van las
luces, saldrá ella…
Y ahora me traen unos guantes negros y larguísimos para que se los dé cuando
emprenda el camino del escenario. Un mayordomo, ¿eso quieren?, ¿para qué?,
¿para quién?, ¿para ella…? Ahí llega…, sí que está guapísima, va como fuera del
mundo, por encima de todos, me acerca esa piel marfileña y los guantes casi
resbalan al suelo. Me los quita de los dedos con delicadeza y enfunda manos y
brazos en ellos. No hay nada más, ahora entiendo que no hay otro papel más
idóneo para mí, ni otro sitio donde quisiera estar en este final de camino,
salvo mirándola caminar hacia ese foco que ahora lo llena todo.
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