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miércoles, 27 de mayo de 2020

METRÓPOLIS - SEÑORITA KATIA

SEÑORITA KATIA

Apenas faltan diez minutos para que cierre el banco y no puede estarse quieto. Seiscientos segundos son una gota frente a los días que lleva soñando con ella, descuadrando balances, ignorando vencimientos y acuñando recibos dobles. No hay préstamo que valga ante aquellos ojazos verdes, ante aquel talle perturbador, ante esas piernas interminables.

Todos le miran como esperando instrucciones, pero él está a kilómetros del mostrador, ni aunque volviera el mismísimo don Felipe lograría recuperarlo para la causa. Se moja índice y pulgar y sigue pasando billetes ante sus ojos vacíos pero sin contar, desgastando el mismo fajo una y otra vez. Éste ni se lo llevará.

Los demás han hecho planes para después del golpe, tienen sus sueños, más o menos disparatados, Él no, él sólo tiene espacio en el pecho para aquel pedazo de mujer y para evocar sin pausa alguna el momento en el que venció la puerta giratoria, con un golpe de perfume que le levantó del taburete. ¡Qué manera de hablar, qué terciopelo de voz, qué escultura de manos, qué…!

Cordero ha golpeado con el sello de manera estruendosa mientras le mira impaciente, oscilando los ojos de los suyos al inmenso reloj que hay sobre la entrada, inquieto porque no ve llegar el minuto. Galindo le hace un gesto de tranquilidad, lo han estudiado mil veces, nada puede fallar. Pero de nuevo se pierde en el último anhelo, recostado en una tumbona caribeña, con un daikiri en la mano, pero de los buenos, de los de sombrillita, y vuelta otra vez a darle cuerda al fajo.

Otro minuto y otro suspiro, cada vez falta menos para perderse en sus labios, en sus golpes de pestaña, cada vez falta menos para verla entrar otra vez por esa puerta, para levantar medio mostrador y besar su mano con el mismo sonsonete que tanta gracia le hizo la primera vez. Ahí llega. Al fin.

- Señorita Katia, qué placer verla de nuevo. Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un escl…

Enredado en el piropo no ha reparado en que los dos tipos que han entrado tras ella no son Benítez y Martínez, no le ha dado tiempo a terminar porque el tacto helado de un cañón le ha arrancado la voz casi tanto como le ha congelado el pecho. Ella ahora ya no sonríe, sólo ordena.



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